El escritor norteamericano Ernest Hemingway publicó en el año 1929 su novela “A Farewell Arms” (cuyo título estaría basado en un poema del dramaturgo inglés del siglo XVI George Peele), narrando una historia de amor de carácter autobiográfico en el contexto de la Primera Guerra Mundial. De esta novela se harían posteriormente adaptaciones cinematográficas en los años 1932 y 1957 protagonizadas por Gary Cooper y Rock Hudson, nada menos.
Me ha venido todo ello a la memoria, cuando otra vez surge el debate hipócrita de la sociedad sobre la existencia y uso de armas, a raíz de la matanza ocurrida en un centro educativo de Parkland, donde han muerto 17 personas a consecuencia de los disparos de un joven que había sido alumno del mismo centro. Las lógicas lamentaciones por el suceso (a las que nos unimos), no deben impedir que las emociones distorsionen lo sucedido y menos aún que sea aprovechada la tragedia para que unos y otros la interpreten a su manera. Una noticia que se une a los cientos de muertos anónimos por atentados en otras partes del mundo que también, con menos énfasis informativo, gotean cada día en cualquier zona de conflicto.
Toda la sociedad es consciente de la existencia de la industria armamentista en el mundo donde, cada año, se producen más de un billón y medio de dólares en gastos militares que, en el año 1990, llegaron a un 4% del PIB mundial, que se mueven en mercados regulados o en otros de dudoso control y legalidad. De nuevo los países con un mayor arsenal, tratan de impedir formalmente el tráfico de armas, pero éste se les cuela subrepticiamente y las armas circulan por todo el mundo junto con sus “instrucciones de uso” a través de la industria de entretenimiento (películas, series de TV, juegos de consola, internet…). Todo ello ante una sociedad que consume, se adoctrina y aprende de este tipo de ocio, pero que se “escandaliza” con sus consecuencias.
Mientras esto ocurre, en el marco de los países de la OTAN se sigue insistiendo en el aumento del presupuesto de cada país para industria militar o, lo que es lo mismo, garantizar a la industria militar un aumento de sus beneficios. El “lobby” correspondiente funciona mientras tanto con subvenciones públicas para ir creando conciencia de las “muchas amenazas” que se ciernen sobre nosotros. Eso sí, se olvidan de decir quien las provoca y porqué las provoca.
Como en otras muchas cuestiones, la hipocresía social presta alas a la hipocresía política donde los tratados sobre desarme, constituyen un elemento más de la comparsa alrededor de la violencia mundial. La fuente de procedencia de armas en la mayor parte de los conflictos actuales, sigue siendo un misterio para todos. O al menos eso parece. Igual que “nos sorprende” no conocer quien y porqué se atizan enfrentamientos y conflictos. Todo ello no aparece en las pantallas de las televisiones que son nuestra vía de “conocimiento”.
Hace unos días, una película con el título “El cuaderno de Sara”, denunciaba (en la misma línea que otras) lo que ocurre en Africa en relación con el comercio del “coltán”, un mineral compuesto de colombita y tantalita, del que se produce el tantalio (tan importante en la industria de las telecomunicaciones) gran parte del cual se extrae en la R.D. del Congo. Ya se le conoce como el mineral de la muerte, no sólo por las condiciones en que se produce se extracción sino también por ser un componente básico en la industria militar. La sala estaba medio vacía. ¿A qué conciencias le interesa conocer que cada “whattsapp” de los móviles contiene quizás gotas de sudor, sangre y sufrimiento de los africanos?
Pero si nos movemos hacia otras partes del mundo, donde “guerrillas” creadas artificialmente están siendo abastecidas de todo tipo de armamento, veremos que forman parte de un todo encaminado a mantener una industria de muerte y destrucción. Los “movimientos” paramilitares movidos por hilos invisibles, forman parte de los presupuestos públicos, del dinero aportado por los contribuyentes de muchos estados, para encubrir un tráfico de armas que sólo van a aportar desgracias y calamidades allí donde lleguen. Eso sí, siempre con fines defensivo y hasta humanitarios.
“Si vis pacem para bellum” es un viejo adagio que presupone que si queremos paz debemos preparar la guerra. Podría estar en el frontispicio de la industria militar y ser fuente de propaganda (como lo es sibilinamente una gran parte de los contenidos de entretenimiento a que nos hemos referido). Es, como otras cosas, una verdad a medias y una verdad a medias es más peligrosa que la mentira. Una cuestión es que exista la prevención de riesgos reales (no ficticios) y otra que se trate de imponer por la vía de la fuerza intereses particulares, por muy revestidos de “intereses de estado” que se nos presenten.
“Si quieres la paz, trabaja por ella” sería lo contrario. Si buscas la paz intenta comprender y respetar a los demás como iguales a ti. Intenta no desear imponer sino convencer. Esa es la verdadera política defensiva: conocer y respetar. Pero entonces todo el imperio de la fuerza no tendría sentido ni interés para los llamados “inversores”, que necesitan vender como “necesidades” los productos que fabrican. Entre ellos, las armas.
Recuperando el debate siempre abierto sobre la libertad de los ciudadanos para poseer armas, ya que implica su derecho a defender su propia vida o propiedades (según la Segunda Enmienda de la Constitución Americana) o la creencia de que éstas deben restringirse al ámbito institucional, en cuyo caso el Estado garantiza la total y absoluta seguridad de todos, como parece ser en el ámbito europeo. Creemos que es un debate hipócrita que esconde en realidad el verdadero debate sobre la industria armamentista, su desarrollo e incremento progresivos en forma paralela a la “letalidad” de sus consecuencias más que a la cuenta de resultados.
Prescindiendo del armamento pesado, las armas ligeras había producido la muerte de unos 26 millones de personas desde el final de la 2ª Guerra Mundial y se las considera responsables de cuatro de cada cinco víctimas que, en un 90% suelen ser civiles (mujeres y niños sobre todo). Pero debemos tener en cuenta que, como “armas ligeras”, Naciones Unidas entiende no sólo armas pequeñas de uso personal (revólveres y pistolas, rifles y carabinas, así como ametralladoras ligeras o rifles de asalto como el “AK-47” considerado el arma ligera por excelencia) sino también las ametralladoras pesadas, lanzagranadas, cañones antiaéreos y cañones anticarro, lanzadores portátiles, misiles anticarro. A todo ello hay que añadir la nueva industria de “drones” con capacidades para misiones diferentes. Un gran mercado que precisa de conflictos, guerrillas, movimientos de tipo paramilitar y ejércitos, pero también precisa de criminalidad organizada, corrupción institucional e inseguridad ciudadana. Pero, sobre todo, necesita el caldo de cultivo más apropiado: la violencia y el miedo implantados en toda la sociedad como forma habitual de vida. Como sometimiento pasivo a la voluntad de otros. Y ahí van ganando la batalla.