Ya no son tambores de guerra los que suenan en Europa, son bombardeos e invasión de Ucrania, víctima de hegemonías imperiales de EE.UU. (a través de la OTAN) y de Rusia (cada vez más acosada en su integridad territorial por el belicismo del nuevo presidente americano). Con Trump no habría pasado, más interesado en los problemas propios que en incordiar en ajenos.
Mientras tanto, en este aliado de la OTAN desde el socialismo “felipista” que es España, parecen no enterarse de lo que ha empezado a cocerse de nuevo en el territorio europeo, víctima a su vez de los intereses estadounidenses, donde la UE es un simple peón del tablero de juego (Bzerzinski). La política española transcurre en ese esperpento infantiloide de ver quien manda, donde el Estado que debe vertebrar las instituciones, falla desde los órganos superiores a los estratos más inferiores (pero no por eso menos importantes). Falta liderazgo de Estado y sobran personajes cuyo horizonte político termina en su propio ombligo.
Hay que referirse de nuevo al penoso espectáculo que comenzó con el intento de neutralizar un liderazgo espontáneo, sincero y brillante de la presidenta de la Comunidad de Madrid, por envidias y celos en unos casos, por miedo a su empuje y temple político por otra. En los dos casos encabezados por los arduos defensores de agendas estrambóticas al servicio de los poderes económicos de siempre y que ha continuado en clave de supuestos protagonismos de quienes han ido llevando al PP a perder sus señas de identidad y, por tanto, de proyectos propios.
Recordemos el “programa, programa…” de Julio Anguita. Una de las personas que fue honesto consigo mismo y con lo que defendía, comparado con la deriva de búsqueda de “líder” en el PP que pueda salvar los restos del naufragio, mendigando a uno de sus causantes la presidencia del partido. No hay que olvidar cómo el PP perdió el norte político al carecer de proyecto, en las CC.AA. donde gobernaba, no siendo capaz de —al menos— enfrentar la pretendida superioridad moral del adversario, sino tratando de parecerse a él (no hace falta recordar su responsabilidad política en cuestiones tan elementales como la fragmentación de España a través de las “autonomías”, el seguidismo de ideologías absurdas o la pérdida de identidad de la nación española, empezando por su lengua común: el español).
La pérdida progresiva de apoyos, votantes y electores ha seguido el camino de fracaso en fracaso hasta que alguien levantó otra vez la bandera de la libertad y conquistó los corazones de las gentes, al mismo tiempo que el partido se beneficiaba de ello. Lejos de agradecer este empuje, han ido a por la Sra. Díaz Ayuso, cuya sombra empezaba a alargarse demasiado para la tonta e infantil soberbia de quienes sucumben finalmente a la misma.
No voy a repetir de nuevo lo ya dicho en artículos anteriores sobre esa falta estruendosa de proyecto político propio de los partidos más allá de esa socialdemocracia impuesta en toda Europa por EE.UU. desde final de la 2ª Guerra Mundial, que ha ido ahogando el pluralismo democrático de los europeos, cercenando su riqueza intelectual y cultural e intentando plagiar lo peor a EE.UU. y su “way of life” con que iban afirmando su hegemonía cultural hasta llegar a ese llamado “Nuevo Orden Mundial”, surgido del globalismo oligárquico, con sus peones gubernamentales europeos (salvo las consabidas y escasas excepciones), amparados en un socialismo de trampantojo convertido en obediente servidor del capitalismo. Es curioso que Europa cuando podía haberse convertido en un bloque sólido democrático, haya optado por su “sovietización” burocrática, tal como ya advirtió Gorbachov en su primera visita europea.
Son los proyectos políticos de la ciudadanía y no personas determinadas quienes pueden establecer las líneas maestras de un futuro, donde se recuperen las señas comunes de nuestra larga historia, se olviden las fantasías pueriles de una transhumanidad de ciencia-ficción y nos ocupemos del día a día de unas gentes con tantos problemas comunes, a quienes se les ha indicado una sola salida: sobran en el planeta.
Y no. No puede ser el talante del presidente de Galicia precisamente el que se haya revelado como referencia de lo que puede y debe ser el Partido Popular, sino que, por el contrario, ha mostrado señales inequívocas de autoritarismo al servicio de las “agendas” impuestas por el pensamiento único totalitario. Es hora quizás de recuperar figuras marginadas por el partido durante todo su proceso de “progresía” impostada, con solidez política, talla intelectual y escasas ambiciones personales de protagonismo: sólo el servicio constitucional a España y a su soberanía.
En caso de no ser así, el pronóstico futuro del Partido Popular será servir de “tonto útil” para recambio del PSOE cuando convenga a las élites mundiales que buscan el debilitamiento de las naciones para ponerlas a su servicio. Por cierto, podrían perder hasta el nombre ambos partidos, ya ni uno es “popular”, ni el otro es socialista, menos aún obrero.