Lo que pasa es que no sabemos lo que nos pasa. Esta frase expresaba la confusión de una clase dirigente en la España del primer tercio del pasado siglo, una España preñada de tensiones que estallaron en guerra civil. Nadie había sido capaz de hacer un diagnostico del problema para superar el ideal revolucionario de la izquierda más radical y los gobiernos de la República no supieron aplicar soluciones al conflicto latente para gestionarlo dentro de un escenario de paz.
Ahora, andando el primer cuarto del siglo XXI, un clima de confusión se ha instalado en Europa y sus consecuencias son de distinta intensidad, pero en todo caso de tristes consecuencias para amplios sectores sociales. Cabe sostener que la gestión de los gobiernos no está a la altura que exige un cambio que nació por el derrumbamiento del socialismo real. Sus efectos retardados tienen y tendrán una dimensión que marcará profundamente el modo de vida de este nuevo Siglo. Nadie puede esperar que los más de cinco millones de españoles sin trabajo y los más de veinticinco millones que se suman entre Francia, Italia, Gran Bretaña, Grecia, Irlanda e, incluso Alemania, puedan alentar la esperanza de recuperar un sistema económico de alta empleabilidad que funcionó para las generaciones precedentes.
Venimos oyendo desde hace un cuatrienio que nuestros males vienen de los mercados que nos atacan, que los bancos, el neoliberalismo, las hipotecas basura, nos han conducido a esta situación. Ahora, tras el reciente cambio de gobierno, se hace hincapié en otra razón que antes no se oía con fuerza, aun estando a la vista, cual es haber despilfarrado las Administraciones Públicas no solo lo que ingresaban sino lo que se endeudaban. Que también haya ocurrido en las familias es hecho sabido. A nadie debería sorprenden —por más que ello suscite la indignación de los indignados— que se desahucien pisos con una deuda hipotecaria que es superior al valor actual de tantas viviendas adquiridas por muchos trabajadores, incluso sin cualificación con ingresos de 1.800 euros de la burbuja inmobiliaria, que compraron desde la ilusión de que podrían vivir con la mitad que cobraban por un trabajo que creían indefinido y con la otra mitad cumplir el sueño de tener vivienda propia.
Pero si esto ha llevado a los padres de familia al abismo de una tragedia personal, no ha ocurrido lo mismo a los más ineficaces despilfarradores de la gestión de los recursos públicos, cuya única pena es ser desalojados del poder, para pasar a la oposición —no mal retribuida por cierto para sus cortos méritos— hasta que la lógica temporal de la democracia produzca otra vez la alternancia. Y no hablemos de esa otra nomenclatura dependiente de la política pero encubierta en el tráfago de los miles de nóminas creadas en empresas públicas improductivas o cajas de ahorro controladas por el poder autonómico. Ya sabemos que el dinero público no es de nadie —dijo una ministra cordobesa de Zapatero— (la alusión retrospectiva no es vana porque ZP se ha distinguido por su desastrosa selección de equipo). Otros fueron más lejos aplicando el viejo adagio: quien roba al común roba al ningún. En fin, que lo descrito conforma una realidad cotidiana y permite hacer un discurso de causalidades como el que ahora se empieza a escuchar. El debate abierto sobre la conveniencia de introducir en las leyes una penalización a los políticos que ejerzan un cargo despilfarrando y endeudándose, es una formulación cuando menos merecedora de ser tomada en serio. Esperemos que quede en algo, porque como apunta la Vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría, no hay que rasgarse las vestiduras ante la idea de pasar por la vía penal, bastará inhabilitar para ejercer cargo público.
Sin embargo, aun falta hacer pedagogía sobre lo que ha cambiado en el escenario global y lo que de ese cambio va a derivarse. Falta hablar en profundidad del grave problema de LIDERAZGO que existe. Falta que los principales dirigentes se deciden a debatir abiertamente sobre las tendencias que van a definir el futuro próximo, según las decisiones que se adopten. No hace mucho Jim Cifton, el Presidente de Gallup, una de las grandes organizaciones que tienen bien acreditada su capacidad de análisis y de predicción, ha aportado algunas cifras que, por su contundencia, dan relieve al problema con el que convivirá este siglo: existe en el planeta el doble de personas en edad de trabajar que puestos de trabajo. Pero, además, en algunos países de Occidente, y entre ellos está España, hay coincidencia entre lo que viene sosteniendo nuestro OBSERVATORIO LIBERAL y lo señalado por el líder de Gallup. Lo que él sugiere es que para afrontar el problema hay que comprender como funcionan las pequeñas empresas y se lamenta de que en Estados Unidos el propio Obama, al que elogia en muchos aspectos, no ha dado síntomas de entender la problemática de una Pyme. Si este juicio valorativo lo extrapolamos a España, rechinan los dientes por el tiempo perdido con Zapatero, paradigma de la supina ignorancia en este tema. Hay que decir que para el pensamiento de la izquierda, la identificación de los malos es la ya sabida de los mercados, el neoliberalismo (que nadie define) los bancos (y no quienes detentan poder en ellos) los empresarios del irredento capitalismo etc. etc.
Mas los hechos son testarudos y la realidad nos está mostrando que gran parte de nuestros males no vienen del anunciado fracaso capitalista sino del fracaso del socialismo, pero no deberíamos alegrarnos. Si hay algo que quita el sueño a un coreano del Sur es que el nuevo líder del Norte el bisoño Kim Jong Il, que recibe dinásticamente el cetro, pueda llevar a su país al desastre absoluto. Por el contrario, lo que quiere es que logre mantener las cosas como están y no sufran el problema con el que —salvando todas las distancias— se encontró Alemania y Europa al caer el muro, para intentar hacer una economía más homogénea u homologable con más de cien millones de nuevos europeos ávidos del denostado bienestar capitalista, pero mentalmente condicionados para comprender que en un marco de plena libertad y competitividad tener que decidir por sí mismos resultaba insoportable para muchos.
Den Xiaping transformó a China con una frase: ser rico es bueno y con esa frase se cargó la recomendación que había hecho Napoleón: China es un gigante dormido, hagamos que no se despierte. Es tal el efecto que está produciendo sobre Occidente (pensemos sobre todo en Europa y en Estados Unidos) lo que esta sucediendo y lo por suceder en la economía global que merece un tercer y próximo capitulo, desde el rigor y la pedagogía, para intentar comprenderlo.
Gracias, Abel, por tu rigurosa y pedagógicaclaridad expositiva . Ojalá se enteren quienes pueden hacerlo, y quienes deben exigirlo, que una sociedad libre, que puede pensar libremente y actuar con libertad, es más creadora que aquella otra, esclava de la sopa boba, la subvención y el maná caído del cielo por obra y gracia de un Estado elefantiásico que, antes o después, deja ver sus pies de barro.
Javier Hernández Bañares
Como es habitual en ti, este es un magnífico y riguroso análisis social-económico, del que se desprenden profundas y prácticas conclusiones, que desbordan el rancio debate izquierda-derecha y que deberíamos meditar tanto ciudadanos, como dirigentes políticos, aunque me temo que muchos ni siquiera lo entenderán. Espero expectante tu próximo artículo al respecto, pues la «globalización» de la economía, y por ende de la sociedad, sobrepasa también al viejo debate norte-sur. Benito de Diego
Querido amigo Abel:
Me parece un articulo excelente que podria ser el prologo de un ensayo………Animate.
Un abrazo.