Urgido por ominosas advertencias el Gobierno, más bien su Presidente, no tuvo más remedio que aceptar la fórmula de modificación constitucional para garantizar la fijación del límite del gasto en las Administraciones Públicas, que había preconizado su antagonista político y reciente verdugo electoral.
Modificación nada gestual ciertamente innecesaria si Zapatero no hubiera alegre e imprudentemente abierto las esclusas de contención del gasto en sus momentos más felices. Hoy la gran mayoría de los territorios autonómicos y de los consistorios municipales tienen su hacienda en quiebra y se muestran incapaces de asegurar objetivos imprescindibles ya no solo para la recuperación económica sino para nuestra vida económica incluso mortecina.
Esta decisión adoptada en razón a extrema necesidad nos ha revelado un paisaje social y político, amén del catastrófico fondo económico, muy preocupante y, a veces, hasta estrambótico. De tal manera que con ser muy graves los males que nos acucian lo peor parecen ser los desgarros que nuestro tejido político y social evidencia así como los signos llamativos de desubicación de la realidad y pérdida del sentido común, por parte de muchos.
En el ámbito político como ejemplo de desventura y desconcierto la diáspora nacionalista impasiblemente enrocada en su bucle. Los nacionalistas catalanes actuando con un contrapunto secuencial de matonismo y del peor jesuitismo. Los nacionalistas vascos escandalizados de que asunto tan trivial como la evitación de una posible quiebra económica del país (que contiene el drama de cinco millones de desempleados), pueda ser causante de una modificación constitucional acordada con celeridad y sin embargo no se aprovecha la circunstancia para introducir el derecho a la autodeterminación.
La verdad es que unos y otros se han asomado al abismo de la bancarrota de su tradicional y provechoso comercio ante él para ellos indeseable acuerdo de los dos grandes partidos nacionales. La izquierda extremista tan ruidosa, marginada del poder en el pasado, en el presente y probablemente en el futuro próximo en España y en casi todo el planeta nos cincela el monstruoso espantajo de los mercados, que nos gobiernan contra la soberanía nacional y contra el proletariado. No quieren considerar que la primera defensa es no ser vulnerables y eso se consigue siendo menos dependientes, es decir más eficientes y contenidos en el ejercicio de nuestra economía. Han descubierto los mercados como si fueran una criatura recién emergida, fruto de una “conspiración” ocasional. Los mercados han sido siempre así pero los desaciertos en las conductas por avaricia de las entidades bancarias y la falta de regulación e inepcia de los órganos supranacionales y de los gobiernos, concretamente en nuestro caso, no han sido siempre así.
La increíble charada, a veces suculentamente cómica y desvergonzada del gobierno socialista —gobierno que resulta hoy casi puramente nominalista, excepto en las multas de tráfico y poco más— y del todo vicario en lo esencial de las instituciones económicas internacionales y con más precisión de Ángela Merkel. Y convendría no demonizar a la Canciller alemana que está velando por qué no quedemos abandonados a nuestra propia y a veces insuperable —quizá Grecia— desorientación y desorden. Nuestro Gobierno está haciendo de los “indignados” personajes tan indignantes como aquellos a los que con razón fustigaban. El cálculo avaricioso y carroñero del candidato socialista, ex ministro del Interior, ha favorecido —por su patente de impunidad— que los menos y los peores hayan arruinado lo que parecía una esperanza. Hoy gracias a las mercedes interesadas de Rubalcaba, son una parte más del problema. El aprendiz de brujo ha vendido —en ambigüedad disputada con Izquierda Unida— la oportunidad de regeneración por la morralla de unos posibles votos arañados con malas artes y en infame conculcación del
cumplimiento de sus deberes públicos.
Rosa Díez, admirable, combativa y lúcida mujer se adornó con una clámide pasionaria para denunciar la expropiación de la Constitución por el pacto PSOE-PP… Representa, hoy, un escaño frente a los casi trescientos veinte que votaron a favor, es decir su representación es más de trescientos veces inferior. La irritabilidad de Rosa Díez puede también explicarse en razón a que su lugar es el hueco que las dos formaciones políticas puedan dejar.
En este asunto el Gobierno, quizá más bien el Presidente del Gobierno, ha tenido más coraje y responsabilidad que su partido, y que el candidato socialista, que a mí me recuerda de mis lejanos estudios de Historia del Derecho la Novísima Recopilación en la forma de una suerte de mixtura de Fray Gerundio de Campazas predicando el más añejo y derrotado formulario de las social-democracias que en el mundo han sido.
¿Más impuestos a los ricos en un mundo global? Un impuesto sobre el Patrimonio a partir de 600.000 euros, es un castigo a la clase media porque una buena parte de las viviendas ya sobrepasan esos valores. Eso levanta fáciles aplausos pero parece más bien una coartada populista para no verse obligado a poner el acento en la austera administración de la escasez que eso si que es duro y levanta ampollas. Pero hay gobernantes que, incluso en las regiones menos desarrolladas de España, lucían en sus despachos televisores Loewe de exquisito diseño. Y líneas de Ave para muy pocos que podrían caber en uno o dos taxis, y aeropuertos fantasmas, y despachos para ex-presidentes equivalentes a cuatro veces un piso de los grandes de protección oficial y atendido por una costosa cohorte de terruño (algo más pequeña ciertamente que la bandería de Rodrigo Díaz de Vivar) y los Eres andaluces y los caprichos efectistas y vanos y, y, y…
Respecto a la demanda de Referéndum, además de no satisfacer lo perentorio de la situación, podría haber dado lugar a un espectáculo de impudicia y desatino que hubiera descalificado aún más nuestra imagen dentro y fuera de España.
La inevitable e inaplazable necesidad de hacer ajustes generales y en particular en las Comunidades Autónomas y ayuntamientos amenaza con un rosario de agraviados y un empeño de movilización social, tanto mayor en las jurisdicciones populares, que parecen propiciar un otoño caliente. La afluencia de manifestantes está directamente relacionada —en algunos ámbitos— con el número de liberados sindicales. Si se reducen las liberaciones las manifestaciones se desertizan porque casi nadie, salvo aprovechamiento oportunista, sigue a los sindicatos actuales. Por cierto, es tan peligroso denostar con tanta ferocidad a los sindicalistas como a los políticos. Yo no puedo siquiera imaginarme un país razonable sin unos sindicatos modernos, constructivos y exigentes y unos políticos responsables.
Los ajustes que se realizan —y deben proseguir— en las Comunidades “populares” sirven al Gobierno para endosar a los populares, con estruendo, el pecado de las reformas y rebajas sociales que comenzó y no culminó y que son más dolorosas por haberse demorado.
El paisaje en definitiva podría resaltar insolidaridad, atonía de valores, radicalismo, cinismo cimarrón y pérdida de orientación. Pero este es un lado del paisaje. En el espacio del PSOE el riesgo de desafección a España y de la correspondiente agresiva afiliación a la patria catalana por los diputados “nacional socialistas” del PSC, es un riesgo grave para todos.
Es tentadora la hipótesis de que si no han dado el paso de la ruptura formal con el PSOE es por temor, todavía, a un fiasco electoral de primer orden. Si se decantan por la opción intermedia que la Ministra de Defensa apoya para la constitución de un grupo parlamentario socialista catalán en el Congreso, —lo que de facto ya han experimentado en estas últimas dos legislaturasgobernarán las capacidades de los socialistas a nivel general en beneficio fundamental para ese país que tantos españoles sentimos cálida y emocionalmente parte de nuestra patria. La teoría del trasiego de fidelidad de España a Cataluña, es una hipótesis que preocupa a los órganos de dirección socialistas seriamente.
Aun así hay otra parte del paisaje que podríamos calificar como silente e introspectiva que hace relación al buen sentido de millones de ciudadanos, con probada capacidad de sufrimiento, que experimentan una indignación que les mueve al esfuerzo y a la recuperación y que está firmemente instalada en el ADN de España. Esa es la esperanza.
Los escribidores y más los intermitentes, como es mi caso, padecen del vicio de aconsejar e ilustrar con sus arbitrios y remedios. Ahora no es momento. Ahora se trata de tomar en serio con gravedad, respeto y esperanza a los ciudadanos lo que no se aviene con el bochornoso contorsionismo del gobierno ni con el difícilmente disimulable triunfalismo de los populares. ¿Es que hay algo que celebrar?