La oclocracia: Los votantes, ese peligro de la democracia

ILUSTRACIÓN: Antonio Berni (1905-1981). 1934 Demonstration (Museum of Latin American Art, Buenos Aires, Argentina)
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— P U B L I C I D A D —

Etimológicamente okhlós, en griego, significa multitud; por lo tanto, oclocracia es “poder de la multitud”.

La inquietud por el fenómeno comienza ya en la Antigüedad Clásica, en pensadores como Pericles, Aristóteles o Polibio (quien, al parecer, acuña el término) pasando por nombres más modernos y contemporáneos como Maquiavelo, Spinoza, Tocqueville, Ortega y Gasset o Giovanni Sartori.

No obstante, podemos entender por oclocracia el poder que tiene una población no versada en asuntos políticos y que decide con su voto quiénes la deben gobernar. Tal y como existe hoy en día en todos los países a los que ha llegado la democracia, entendida ésta solamente a partir del evento electoral; y no identificándola con la independencia del poder judicial del país en cuestión, que es lo que verdaderamente consagra a una democracia como tal.

La oclocracia ha sido una preocupación, aunque muy de soslayo, para gran parte del pensamiento político, a tenor de las figuras citadas. Nunca se ha hablado de este mal abiertamente, por miedo al qué dirán. Concretamente, hoy en día, por temor a que te tachen de antidemócrata y directamente de dictatorial o fascista. Elegir, decidir por medio de un voto, es una responsabilidad para la que habría que estar intelectualmente preparado; de la misma forma en que se está para cualquier otra actividad. Y elegir a los gobernantes debe de considerarse una alta responsabilidad; la que es incumplida por el votante mayoritario.

Sucede que hay muy pocas personas que están políticamente preparadas para votar, no sólo en España sino en todos los países del mundo. La Política —así, con mayúscula— es una ciencia. Esto no quiere decir que solamente puedan votar los politólogos y demás versados en ciencias similares, pero sí que el votante debería de tener un mínimo de conocimientos políticos para acudir a las urnas. Un 80% de los votantes no sabe a qué vota. Se elige según la bilis del momento; por filias, fobias, tradición familiar o por castigar al contrincante político del partido al que se vota. Elegir de esta forma es un peligro no sólo para la democracia como sistema, sino para el pueblo en cuestión que puede estarse cavando su propia tumba, la de otros países y hasta la de la humanidad entera. El ejemplo más característico y catastrófico de oclocracia fue la llegada del nazismo al poder en Alemania. Hitler no logró el gobierno por medio de un golpe de Estado o por haber ganado una guerra civil; este monstruo y el resto de nazis se convirtieron en amos de su país por medio del voto popular; ¡democráticamente! En nuestros días el ejemplo más sangrante de oclocracia lo tenemos en Venezuela, nación en la ruina económica y moral, debido al ¡voto democrático! que ha situado en el poder, primero, al paranoico e histriónico de Hugo Chávez y, después, al patán de Nicolás Maduro. En los Estados Unidos —país donde nace la democracia, tal y como la tenemos entendida, y no en Grecia, como dice la leyenda— la oclocracia ha elevado a la máxima magistratura al machista, racista y capitalista salvaje de Donald Trump.

En España el caso más desgraciado de voto oclocrático, son los dos millones que han elegido a los racistas que desean separar a Cataluña, movilizados por las falsificaciones de la Historia, las calumnias sobre el expolio al Principado y las promesas de que serán una arcadia feliz, al tratarse de una raza superior que merece vivir sin la contaminación de esa raza inferior llamada españoles. Y no sólo el caso catalán se alimenta de oclocracia; ahí está el voto que desde hace décadas mantiene a esa mitología nazi llamada nacionalismo vasco y que apoyó, también en las urnas, a los asesinos de ETA.

¿A qué se debe tamaña anomalía, llamada oclocracia? A que la gran mayoría de los ciudadanos ¡no está preparada para votar! Y no lo está porque adolece de conocimientos en Política, Historia, Economía, Antropología y otras ciencias que capacitarían para elegir a esa masa votante. Y no quiere decir que todo el mundo tenga que tener semejantes títulos universitarios. No.

Lo que estoy proponiendo es que se instruya a la población en las citadas disciplinas de una manera apenas somera. Que no se crea que Karl Marx, por ejemplo, era el padre de los hermanos Marx; o que Adam Smith es el batería de tal grupo rock; o que John Lock juega como base en un equipo de baloncesto… y así con un sinnúmero de ejemplos por el estilo que denotan la ignorancia política del votante medio, no sólo en España sino en todos los países del mundo.

Antes de cualquier evento electoral, se debería dictar un curso de cultura política. Después de superado un examen, esa persona adquiriría la condición de elector, y sería cuando podría ejercitar el consecuente derecho. Y no en la más absoluta ignorancia sobre política, como sucede ahora y ha sucedido siempre, dando como resultado que ese 80% del censo electoral no esté capacitado para votar. De esta manera los votantes, convertidos en agentes de la oclocracia, no serían un peligro para la democracia. Y por ende para ellos mismos y hasta para el resto de la humanidad.


ILUSTRACIÓN: Antonio Berni (1905-1981). 1934 Demonstration (Museum of Latin American Art, Buenos Aires, Argentina)

2 Comentarios

  1. Totalmente de acuerdo, Miguel. No hay más que asomarse a los paises con mayor nivel cultural y, normalmente, funcionan (democráticamente hablando) mejor que el resto de oclocracias que pueblan Europa.
    Se atreverá algún político a solucionar éste problema…?
    Gracias por el artículo, Miguel. Al menos, aportas tu valiente granito de arena para dar solución. A ver si se animan más voces y se lo pueden empezar a plantear…

  2. En efecto, parece que es más importante la cantidad que la calidad. Pero eso no es un problema de la sociedad, sino de quien la instruye o destruye para hacerla dependiente y sumisa. Incluso, si vemos la categoría política o intelectual de muchos de los supuestos profesionales de la política, no encontraremos mayores niveles de conocimiento. La cuestión es que, al menos, cuando hay una verdadera representación (directa) de los ciudadanos, éstos pueden elegir, designar y escoger, pero también revocar mandatos si necesidad de esperar cada cuatro años. Un saludo.

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