Con o sin elecciones es la hora del cambio

Por
— P U B L I C I D A D —

El itinerario democrático español ha pasado por gravísimas vicisitudes, verdaderamente excepcionales. Pero nunca hasta ahora hemos asistido a tan estruendoso fracaso de un Gobierno en lo estratégico, al tiempo que en lo menudo y cotidiano, ni a un enroque al que el ejemplo del Gobierno no es ajeno, tan egoísta e insolidario de la clase política.

Hubo un tiempo —cuando el auge anarquista de los veintes— en que llegó a crearse en Gran Bretaña un “Spanish atrocities committee” curiosamente no para condenar al anarcoterrorismo sino la represión que el Estado ejercía. Hoy, a tenor de la situación, bien podría pensarse en una Comisión ciudadana contra la dramática banalidad y perversión de sensibilidad de los dirigentes en general y de los políticos muy en particular. Algunas notas reveladoras. Estamos tal cual como estamos, no por los efectos de una crisis financiera mundial que estuvo en el origen pero que se ha complicado exponencialmente en el contexto local español. Otros países desde otros anclajes gubernamentales, políticos y laborales están dejando la crisis como una amarga memoria. La primera perversa banalidad por interés vergonzante fue negar la crisis, retrasando las medidas necesarias en el tiempo adecuado por temor electoral y por temor a las reacciones sindicales, tan bien financiadas; la segunda, cuando ya no pudo ocultarse más la gravedad de la situación, la lacerante verdad, fue la acusación a la oposición de antipatriótica por no colaborar con el Gobierno para la corrección de los desajustes socioeconómicos. Se olvidaba interesadamente que el Gobierno , por boca de su Presidente rechazó cualquier colaboración con el PP por “motivos ideológicos”, criterio que en la trastornada jerarquía de valores del Presidente eran absolutamente prioritarios sobre el interés general. Se minusvaloraba, por conveniencia, que con ciento setenta y nueve escaños (a siete de la mayoría absoluta) siempre hay alguien que te eche una mano por una buena factura. Es decir, que el Gobierno en todo tiempo ha podido gobernar y así lo hizo sin contar con el PP que, para su sorpresa, había resistido el mortífero cordón sanitario del Pacto del Tinell y otros pactos.

El protocolo de manual, es que siempre que tengas que tomar medidas impopulares procures atribuir la responsabilidad o repartir una cuota de corresponsabilidad a los adversarios políticos.

Naturalmente, lo estratégico no acaba en la crisis, aunque la crisis lo contiene todo, los errores y los vacíos; la política exterior, la ausencia o insuficiencia de una política sobre la energía, sobre las relaciones laborales, sobre las pensiones, sobre la racionalización financiera, sobre la política fiscal, sobre el loco gasto público, sobre la elefantiasis de las Administraciones… Pero el ramillete de lo cotidiano también es significativo y señala irritantes comportamientos y manifestaciones que se alejan del respeto, del buen sentido, de la prudencia y del concierto adecuado. Quince portavoces y un Presidente. ¡Menuda fórmula de confusión acreditó el Sr. Rubalcaba!

El Ministro de Justicia dice “Pssss, la subida de la luz es lo que cuesta un café al mes…”. Seguramente no sabe que entre los millones de desempleados muchas familias de dos o tres miembros desayunan todos por lo que cuesta, psss… un café al mes. El comentario “pedagógico”, merece desprecio e incluso ira. Y eso que el primer propósito del nuevo Gobierno (que ya parece amortizado) era comunicar mejor a la sociedad. El Presidente calificó al tarifazo como una subida de fuerte y excepcional. Seguramente el Ministro no pudo asistir al seminario de comunicación gubernativa correspondiente.

La Ministra Pajín, inefable, hontanar de verbosidad inagotable e imparable, está muy contenta porque los tribunales han sancionado del orden de 140.000 conductas de violencia de género y eso está bien y hay que felicitarnos todos. Pero oculta que por el doctrinarismo ideológico, plasmado en la ley, del radicalismo-revanchismo feminista (que por cierto se ejerce sólo en beneficio de la población política o parapolítica feminista), hay cuatrocientos cincuenta mil varones demandados, a la postre injustamente. A muchos los apartaron de sus hijos, les infamaron socialmente, perdieron su empleo y fueron tratados como apestados… y algunos lo son y lo seguirán siendo en la sospecha de muchos.

Estando enmarcado el concepto violencia de género en las relaciones de dominación que el hombre ejerce sobre la mujer, el pobrecito varón ya lleva perdida para empezar la presunción de inocencia.

Todo es importante, pero hoy lo más importante es pasar por todas estas pesadillas vividas y ayudarnos a que el PSOE recupere una decencia final en este período descontrolado e infame para España y que el PP adquiera, si ha de ser así por el veredicto de las urnas, una decencia de entrada. Porque para la tarea que se nos viene encima no bastará la satisfacción de los vencedores, sino la esperanza compartida de la inmensa mayoría y para ello el PP tiene que apoyar a España, a los españoles de todo credo y condición, a los que le votarán y a los que no, porque el actual Gobierno de España no sabe, ni puede, ni tiene crédito para la magnitud de este desafío que ya no se remedia con votos comprados.

Si el PP gana por extenuación y posibles desperfectos serios en la textura del PSOE, que debe volver a ser un gran partido nacional y por consiguiente parte sustantiva de nuestra esperanza como españoles, tendrá la legitimidad de las urnas. Nada más. No tendrá legitimidad política y social profunda y probablemente concitará las críticas demoledoras de todos aquellos que pensamos que los confines de España son mucho más extensos que los de un partido.

A pesar del escénico y reiterativo “canto a sí mismo” ¡qué diferencia con el sentido de Walt Whitman! que el Presidente del Gobierno nos dedica en el interminable recorrido de su forzado camino y que hoy parece adornarse con el frenesí del converso para universal bochorno, hay que pasar por todo, incluso por abandonar el último refugio, el de la estética. Ahora necesitamos un tiempo de sensatez, de fraternidad civil aunque fuere por interés propio y un poco de silencio.

Espero que el infame comentario del Ministro de Industria sea el principio de la despedida que merece.

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