
“Cuando los políticos son payasos, los cómicos son los únicos serios”. Tal era el texto de una pancarta en la gigantesca manifestación –más de 200.000 personas-, celebrada en Washington en 2010, convocada por dos populares humoristas norteamericanos, John Stewart y Stephen Colbert. Ellos no se presentaban a las elecciones, pero demostraban con su iniciativa y su masiva respuesta que había un malestar creciente con los políticos profesionales, aquellos en los que al fin y al cabo se confía para que se anticipen a las crisis, es decir, resuelvan los problemas colectivos, y al fin y al cabo también individuales, de la sociedad que gestionan.
Volodímir Zelenski, el presidente electo de Ucrania, es la última evidencia de la decepción que aqueja a numerosos países, sacudidos todos por la vorágine de un cambio de época, incluso de era, y por la falta de respuestas eficaces a sus gigantescos desafíos. La aplastante contundencia de su triunfo (73% de los sufragios) frente al multimillonario Petró Poroshenko acentúa, aún más si cabe, la decepción de los electores, que se han agarrado a la esperanza que supone poner su futuro en manos de un cómico de 41 años, sin experiencia política alguna, con el que sin embargo han reído semana tras semana a través de sus programas de televisión.
A este joven artista se le pide nada menos que solucione lo que Poroshenko no ha sido capaz de hacer en cinco años: acabar con la corrupción, enderezar una economía en caída libre, recuperar la península de Crimea y evitar que las escindidas regiones de Donetsk y Luhansk, en el este del país, acaben también anexionadas por Rusia. Para la estrella de la comedia de situación Sirviente del pueblo será más que un empeño titánico, toda vez que su ya homólogo ruso, el presidente Vladímir Putin, no le facilitará en absoluto el trabajo.
Zelenski ha ganado por el hartazgo de los votantes e incluso por sus propios méritos, si estos se miden en términos de imagen y empatía, pero carece de un equipo tanto político como de gestión
Zelenski ha ganado por el hartazgo de los votantes e incluso por sus propios méritos, si estos se miden en términos de imagen y empatía, pero carece de un equipo tanto político como de gestión. En vista de lo cual, las zancadillas ya han comenzado. La primera, la aprobación por el Parlamento de Kiev de una ley que obliga a usar el idioma ucraniano en toda la esfera pública. Poroshenko la firmará antes de traspasar los poderes a su sucesor, que ha prometido anularla tan pronto como ocupe el sillón presidencial.
Cabe augurar que será el primer gran encontronazo con la clase política. Zelenski es rusohablante, y sabe que el pretexto del idioma es precisamente en el que Putin se ha apoyado para invadir de facto la soberanía de Ucrania. Poroshenko y los partidos nacionalistas esgrimen que el idioma ucraniano es más que un símbolo.
Persistirán, pues, o incluso se agravarán las tensiones entre la Ucrania occidental, partidaria de incorporarse a la OTAN y asociarse estrechamente a la Unión Europea, y la oriental, proclive a estrechar las relaciones con Moscú, e incluso acogerse a su paraguas protector, con todo lo que ello significa.
El caso de Zelenski saltando del escenario teatral al de la política tampoco es nuevo, pero con él parece acelerarse, a modo de postrera esperanza, el sentimiento de que la vieja política ya no sirve. Baste recordar a su colega, el cómico italiano Giuseppe Piero, conocido como Beppe Grillo, fundador del Movimiento Cinco Estrellas, que arrasó en las elecciones generales de 2013, aunque luego prefiriera no desempeñar personalmente cargo alguno. Beppe Grillo culminaba así sus protestas, que había iniciado en 2008 instaurando el Vaffa Day (literalmente, “el día de mandarlos a tomar por culo”).
Desde Reagan a Trump, pasando por Schwarzenegger
Que la oleada va tomando carácter global lo demuestran también otros casos: el cómico Jimmy Morales, ganador de las elecciones presidenciales de Guatemala en 2015, bajo un lema contundente: “Ni corrupto ni ladrón”. Bien es verdad que hubo de guardarse esa pancarta apenas dos años más tarde, cuando su hijo y su hermano fueron detenidos por corrupción y blanqueo de capitales.
Mediocres actores, pero que han pasado a la historia como gobernantes de éxito, han sido el presidente Ronald Reagan, que firmaría el fin de la Guerra Fría con la consiguiente derrota y derrumbamiento del comunismo soviético, y Arnold Schwarzenegger, gobernador de California, bajo cuyo mandato el territorio más poblado y rico de Estados Unidos consagró su liderazgo tecnológico mundial, ahora discutido por China. Cabría tal vez incluir en la lista al propio Donald Trump, por su larga y exitosa faceta como presentador-actor de televisión, rol en el que apuntaló su célebre expresión: You’re fired (está despedido). Tal sentencia sigue practicándola con […]