¿Reocuparán los Estados Unidos de Joe Biden el lugar que abandonaron en Oriente Medio, primero con Barack Obama y luego con Donald Trump? Casi con toda certeza, no. El repliegue de Washington de la considerada región más caliente del planeta puede darse por irreversible, de manera que tanto las potencias que aspiran a discutir la hegemonía americana –China sobre todas, y Rusia-, como los países de la región actúan a partir de esa convicción.
Los primeros en darse cuenta de cambio tan fundamental fueron Israel y los Emiratos Árabes Unidos, cuyos tratados de paz y cooperación conforman un vuelco estratégico decisivo. Cierto es que sus relaciones comerciales suponen un impulso extraordinario, que también se extenderá a la cooperación científica. Pero, en el corto plazo quizá lo más importante para ambos signatarios sea su disposición a aunar los esfuerzos de sus respectivos servicios de inteligencia y sus correspondientes fuerzas especiales. Ambos tienen en Irán y en los Hermanos Musulmanes un adversario común, y han llegado a la conclusión de que Estados Unidos no les garantiza su seguridad como antaño.
Un año después de haber ejecutado al general Soleimani, el artífice y hombre fuerte de ese ejército dentro del ejército iraní que es la Guardia Revolucionaria, el régimen iraní no da muestras de ceder un ápice en sus aspiraciones no sólo de controlar, a través de sus terminales, Irak, Líbano o Yemen, sino también de discutir la preponderancia saudí respecto de los santos lugares del islam.
La cascada de reconocimientos a Israel a partir del acuerdo con los EAU no ha hecho sino conformar esa nueva estrategia, en la que Estados Unidos aporta su respaldo verbal y su mostrador de armas listas para vender, pero donde los verdaderos protagonistas son los directamente afectados por el vuelco geopolítico. Washington bendice y los demás actúan. Los últimos casos, los de Marruecos, reconocido por el presidente Trump como legítimo dueño del Sahara exespañol; Sudán, eliminado de la lista negra de países que apoyan el terrorismo, o Bahréin, cuyo discutible respeto a los derechos humanos es indulgentemente ignorado por los observatorios oficiales norteamericanos. Todo ello, a cambio del reconocimiento oficial de Israel.
Resurgimiento de los grandes actores tradicionales
Si Oriente Medio ha sido tradicionalmente un avispero difícilmente gobernable y controlable, desde el pasado año se ha acentuado esa sensación. Entre los países más potentes de la zona que también se han dado cuenta de la debilidad americana y de su notoria voluntad de retirarse, hay que destacar a Turquía, decidida finalmente a abrazar su secular tendencia a la expansión. El presidente Erdogan ha consolidado su poder y exhibe maneras de sultán tras reasentarse en la franja norte de Siria, desde donde recluta, forma y relanza unidades mercenarias para sus intervenciones en Libia o el Cáucaso. Ankara ha emprendido un camino de verdadero verso suelto dentro de la OTAN, consciente tanto de su propio poder como de su necesidad de actuar en función de sus propios intereses con respecto a Rusia o Irán.
Además de Egipto, dispuesto también a no dejarse minimizar en su papel de gran potencia cultural del norte de África, Arabia Saudí tampoco renuncia a ser la principal del Golfo, para lo que no escatima en inversiones militares, al tiempo que ofrece al mundo el señuelo de una apertura cultural gradual aunque sin ceder un milímetro en su rigor religioso wahabita.
Un tablero del que ha desaparecido la supuesta gran causa común del mundo musulmán: la palestina. Si Estados Unidos fue desde la primera guerra israelo-árabe la hiperpotencia que encontraría y garantizaría a medio plazo una solución al problema israelo-palestino, Trump ha certificado la defunción de tal creencia. Ello supondrá que serán los nuevos actores los que realicen el diseño del futuro del pueblo palestino. Este, tras haber perdido varios trenes que no volverán a pasar, habrá de retornar a la mesa de negociación, aunque ahora muy debilitado tras la consolidación de los hechos consumados, pero convencido, de que Washington ha dejado de ser su valedor, en aras de cuya fuerza podía contener a Israel, y ejercer supuestamente como intermediario.
Sucede también que ese vacío dejado por Estados Unidos, capaz de arbitrar soluciones de conjunto al estar por encima de todos los contendientes, no parece que lo puedan llenar ni Rusia ni China. La primera ha puesto de nuevo pie en la zona mediante su intervención en Siria, pero no tiene, ni de lejos, la capacidad para erigirse en un hacedor de paces globales. En cuanto a China, de momento sus aspiraciones se circunscriben a convertirse en la primera potencia económica del planeta, lo que desde luego no es poco. Pero, de ahí a erigirse, además, en un árbitro global va un trecho muy largo, que no va parece vaya a colmar por lo menos hasta la mitad de este siglo.
Con estas variables, lo cierto es que no cabe descartar que los atentados, ataques, escaramuzas más o menos sangrientas y devastadoras acaben por reinflamar la región. Pero, en tal caso, ¿quién estará por encima de la melé para reconvenir a las partes y enfriar semejante infierno? No seríamos pocos los que estuviésemos tentados de responder que la Unión Europea. Por sus valores y su fuerza económica y comercial sería el posible gran actor capaz de suceder en ese papel a Estados Unidos, sobre todo por su poder blando. Le falta en cambio el correspondiente poder militar complementario, además claro está de consolidarse como la gran potencia que debería ser con toda lógica.
Sigo con gran interés los análisis internacionales del Sr. González. Son lúcidos y claros y, por ello, muy de agradecer.
«El gran tablero mundial» que Zbigniew Brzezinski planteaba a finales del pasado siglo para la supremacía americana y sus imperativos geoestratégicos, está siendo superado con enorme rapidez por los diferentes acontecimientos mundiales. EE.UU. ya no son desde hace tiempo los «salvadores» del mundo, tal como su fundamentalismo político (J. Galtung) y económico pretendían. Se metieron en demasiados charcos de los que salieron no muy bien parados hasta que llegó Trump, más empeñado en la política interior y en el bienestar de sus ciudadanos, que en la tarea de seguir atizando conflictos de sus predecesores donde la industria militar y los negocios globales son la base de las elites de la costa Este.
Ahora parece que hay un «sálvese el que pueda» con una estructura geopolítica muy diferente: una UE que todavía anda sin tener muy claro su sentido tras haber estado demasiados años colonizada por EE.UU. y sus intereses geoestratégicos a través de la OTAN, a la que le faltan los miembros importantes como Rusia . Una UE gobernada por los gobiernos de los países miembros, donde cabría distinguir los intereses ideológicos y partidarios de los verdaderos intereses de Europa; China que, sutilmente y por dejación política de Occidente, se ha erigido en potencia hegemónica en todos los sectores, ampliando su particular colonización comercial; Rusia que pretende restablecer un imperio imposible pero que ha conseguido la fe de los ciudadanos en sus dirigentes (que no es poco)…. En medio de todo ello ese mundo islámico dividido que, estoy de acuerdo, tendrá que pasar sin la tutela americana y dirimir sus problemas entre ellos y una causa palestina que, como la saharaui más cercana a nosotros, parecen condenadas al olvido, mientras Israel se envalentona con el Sr. Biden y los demócratas al frente del país.
Efectivamente un verdadero avispero por donde se anuncian sucesivas pandemias (según el director de la OMS) que, como plagas bíblicas, pondrán a prueba a la especie humana. Y nada será igual, salvo que las farmacéuticas y los inversores del sector sanitario, habrán contribuido a ese ansiado control de la población o límites a su crecimiento que viene ya de lejos (Club de Roma).
Un saludo.