Desafortunadamente, y aparte los obligados optimismos de la propaganda oficial, ningún analista solvente se atreve por ahora a vaticinar que estemos cerca de la salida de la crisis, incluso a pesar de los primeros indicadores, casi mejor, indicios de su suavización en el conjunto del mundo desarrollado. Ya nos ha advertido el FMI de que España será el último país desarrollado en salir del pozo. La falta de una política económica digna de tal nombre tiene mucho que ver con esa mala situación comparativa y esto es responsabilidad personal y precisa del presidente Rodríguez Zapatero, que primero no dejó a Pedro Solbes desarrollar su trabajo con criterios ortodoxos, sino obligándole a asumir que lo político, y en concreto, lo electoral, primase sobre lo económico.
Sin embargo, es preciso advertir que, siendo esto grave, no sería posible sin la evidente incapacidad de las restantes fuerzas políticas, que todas juntas sumarían más escaños que el PSOE, para negociar y proponer una política económica no electoralista, sino auténticamente de Estado, como la que, con los famosos e inolvidables ‘pactos de La Moncloa’, permitieron a nuestro país superar una crisis no tan honda como la actual, pero también muy importante. Así que, añadido al problema de la crisis económica global, padecemos en nuestro infortunado país, el gravísimo deterioro del escenario político sufrido a partir de que circunstancias externas produjeran el inverosímil acceso a la presidencia de un político también inverosímil, pero sobre todo, nada fiable, facilitado por el simultáneo deterioro sufrido, en su cúpula directiva, por el principal partido de la oposición, con el alejamiento de sus líderes más preparados y fiables, como Rodrigo Rato.
¿Podría revertirse esta lamentable situación en un futuro cercano? Desde luego que lo vienen intentando los líderes políticos más instalados en la centralidad, la moderación y la racionalidad políticas, como el catalán Durán i Lleida, pero de momento con eco insuficiente. Así que no es pesimista, sino realista, temer que la crisis económica se prolongue en España un par de años más que en el conjunto de la Unión Europea, con las terribles consecuencias que es fácil imaginar, lo mismo para los empresarios que para los profesionales y trabajadores.
Esta situación se agrava, en sus derivaciones económicas, por la ya evidente incapacidad de nuestra clase política para encauzar y orientar de forma positiva asuntos como los temas judicializados de corrupción, y otros más profundos como la definitiva configuración de nuestro modelo constitucional de Estado de las Autonomías. Esto último es muy importante y deduce nada impunes cuestiones económicas. A estas alturas, ya nadie serio duda que fue un acierto la configuración constitucional de España con un modelo autonómico avanzado, pendiente por cierto del interminable trámite del Tribunal Constitucional para algunos ajustes que completen y perfeccionen esa configuración, superadora del viejo centralismo rígido que muchos, y no sólo en las Comunidades denominadas ‘históricas’ consideramos artificial y contrario a las raíces, tradiciones y recorrido histórico de España.
La culminación de este modelo autonómico ¿acaso debilitaría política, social y económicamente a España, o por el contrario, como muchos pensamos, contribuiría a su desarrollo y elevación a más altas y mejores cotas de riqueza y bienestar? Es inevitable lamentar que la afortunada expresión de “la España plural” haya estado en boca de las alegrías propagandísticas de Rodríguez Zapatero, pero ni siquiera por ello deja de ser una expresión afortunada. Escribámoslo con claridad y sin rodeos: sí, España es una nación plural, ese pluralismo es una de las facetas más enriquecedoras de nuestro país, y el desarrollo de ese pluralismo es algo en lo que podemos coincidir todos, porque sólo beneficios generales de deducirán de una arquitectura formal y constitucional que haga legal lo que es real.
Carlos E. Rodríguez