A veces los árboles no nos dejan ver el bosque. La doble convocatoria electoral que hemos vivido en apenas seis meses en España nos ha dejado un detalle quizá insignificante y baladí, pero quizá también enormemente positivo si se le mira con una perspectiva amplia, a largo plazo.
En Euskadi, cuyos resultados se han ajustado a lo previsto por las encuestas, con un porcentaje de participación que quizá podría considerarse normal, se ha podido ver a ciudadanos españoles de origen norteafricano depositando su voto. ¡A ciudadanos… y ciudadanas! Ellas ataviadas con toda la etiqueta ritual de la mujer árabe, orgullosas de su origen, su cultura, su religión y su Ramadán, pero también de su nacionalidad española.
La prensa occidental pregona a los cuatro vientos que las guerras y violencias de los países árabes fueron el rebote de aquellas primaveras, que sultanes, emires y señores feudales del mundo árabe desencadenaron las más feroces represiones contra el clamor popular que pedía democracia.
Las mujeres árabes, en primera fila en todas las plazas de Túnez, El Cairo, y muchas más ciudades, fueron protagonistas y primeras víctimas de aquellas primaveras y de estas guerras. Y hoy conducen a sus pueblos a través del Mediterráneo hacia Europa en busca de una paz que se les niega en su propia casa y en nuestro Viejo Continente.
Pues bien, ahí estaban, como la espuma blanda que besa los pies de los bañistas en la playa, mansas, pero firmes en sus reivindicaciones, ahí estaban con sus sobres blanco y sepia para introducir en la urna, con su profesión de fe árabe y española. Ellas y sus maridos, ellas por delante.
Ellas, y ellos, pidiendo una oportunidad para la paz y la convivencia, a cara descubierta delante de los europeos que no les dejan entrar y de los que les hacen la vida imposible en su propia casa y país.
En medio del mal gusto de boca que ha podido dejar a muchos ciudadanos españoles esta convocatoria electoral, en medio de la abstención que ha falseado quizá los resultados previsibles, en medio del pesimismo con que lo vivimos el domingo y lo miramos hoy mismo, al menos algo positivo: la convivencia del mundo árabe con Europa es posible, las mujeres árabes trabajan con ese horizonte.