Sultana Mora

Por
— P U B L I C I D A D —

Soñé que Sara, la esposa de Abraham, no exigió a su marido que echase fuera a la esclava Agar; que Isaac e Ismael convivieron en perfecta armonía toda su vida, primero bajo el techo de sus padres y después cada uno en su caminos.

Soñé que allá en la Alhambra de Granada se encontraron un día de 1492 la Reina madre de Boabdil con la Reina de Castilla Isabel la Católica, Lloraba Aixa por su Granada, y la consolaba Doña Isabel, y juntas las dos acordaron compartir en buena armonía la corona de Granada y toda la Andalucia. Y no es cierto que Aixa le dijese a su hijo Boabdil aquello de «Llora como mujer, por lo que no has sabido defender como hombre». Sino que Boabdil siguió morando en su Jardín de las Mil Maravillas de la Alhambra.

Soñé que el Rey Alfonso X el Sabio desde su Toledo, al frente de su corte de sabios judíos, andalusíes y godos, a la memoria de los sabios de otros tiempos, de los Sénecas cordobeses, los Isidoros de Sevilla y sus hermanos obispos de la España visigoda, decidió devolver al pueblo andalusí la Sevilla conquistada por su belicoso padre Fernando y firmó con ellos un pacto eterno de buena voluntad y convivencia.

Y que andalusíes y castellanos juraron por la Biblia y el Corán que la Giralda de Sevilla, y la Alhambra de Granada, y todas las torres mudéjares seguirían escuchando las llamadas de los imanes musulmanes y los cantares de las campanas cristianas: todas las torres que pueblan ladrillo sobre ladrillo los pueblos de buena parte de la península, desde el Ebro y el Duero hasta el Guadalquivir. Y que desde todas las mezquitas-iglesias de la península subiría hasta el cielo la plegaria a un solo Dios de todos los habitantes de todas las autonomías.

Y soñé que el cristianísimo y devotísimo de María Manuel de Falla, a una con su amigo del alma Gabriel García Lorca, no tan cristiano, pero igual de fervoroso andaluz, tejerían juntos poemas, sonatas, y todas las Saetas y el folclore de sus tierras y mares.

Soñé que años más tarde, ese gran pintor-escritor del alma española Miguel de Cervantes Saavedra, desde su sangre y humores y apellidos gallegos, juntaría un día en un descampado a Sancho y el Morisco, dos viejos vecinos y amigos, exiliado este uno de su aldea manchega a tierras germanas y europeas, y retornado en la clandestinidad bajo disfraz de saltimbanqui, se abrazaron y reconocieron como buenos amigos que fueron cuando Sancho araba sus tierras y cultivaba sus verduras en la huerta y el morisco vendía sus hierbas y telas y herramientas en su tienda.

Y se abrazaron como hermanos por encima de sus diferentes confesiones religiosas, los dos uno en su fe en la humanidad y la fraternidad universal como única verdadera religión con expresiones diferentes, sin Cruzadas ni Reconquista ni batallas de Lepanto, a ras de tierra, bebiendo de la misma bota y comiendo del mismo queso y durmiendo la mona sobre el santo suelo y bajo la misma manta.

Y al amanecer, tras haber dormido la mona o cogorza en buena armonía, cuando oyeron a Don Quijote contarles la historia de la conquista y fin del Reino de Granada y las lágrimas y el destierro de Boabdil y la expulsión de los moriscos por los Austrias, se dieron cuenta de que habían soñado todas aquellas desgracias como una pesadilla consecuencia de la borrachera pasada, y Sancho repitió mecánicamente aquello de su Señor Don Quijote: «¡Con la Iglesia hemos topado!». Y desde su silla de Rocinante, lanza en ristre, el Señor Don Quijote sentenció: «¡Sí, con la Iglesia, y con Vox, y con Hazte Oír, y con el Yunque, y con todos los demonios! ¡Que el mucho vino que bebisteis anoche llevaba seguro alguna pócima alucinógena!».

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