Lanzarote, la cara amable de la Luna

La mano de César Manrique mantiene su influencia en una simbiosis única entre la naturaleza y el arte, al tiempo que la isla apuesta por el deporte, incluyendo al golf que se juega en una naturaleza volcánica

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— P U B L I C I D A D —

Cuando los turistas empezaron a llegar en gran número allá por los años sesenta del siglo XX Lanzarote les ofrecía como principal atractivo la experiencia de sentirse en un paisaje auténticamente lunar. Y, en efecto, así era entonces y lo es también ahora, en que la isla, con sus más de trescientos volcanes, la convierten en algo único, bastante diferente incluso con respecto a sus hermanas del archipiélago canario. 

Para comprender el fenómeno al que fue sometida Lanzarote en sus grandes erupciones basta con rememorar los recientes tres meses en que La Palma se vio sacudida por los numerosos seísmos que la atormentaron, por los miles de millones de piroclastos lanzados a la atmósfera y por  los ríos de lava que engulleron lenta pero implacablemente tierras y casas. 

Si La Palma sufrió tres meses de tan trágica sacudida, Lanzarote la padeció durante seis años ininterrumpidamente (1730-1736), y en menor medida en 1824, fecha de la última erupción registrada y del alumbramiento del último de sus volcanes, el Chinero. El magma subterráneo del Chinero es el que provoca las elevadas temperaturas aún del subsuelo inmediato, cuyo calor en contacto con el agua permite la violenta salida de géyseres, o el encendido y calentamiento de las cocinas del mirador que diseñara César Manrique, cuyo legado, memoria y voluntad de integrar las construcciones en el paisaje se mantienen muy vivos treinta años después de su muerte.

Arquitectura tradicional lanzaroteña, obligatoriamente pintada de blanco, puertas también en azul, verde o del color marrón de la tierra según el enclave, pero sobre todo ausencia total de vallas publicitarias de cualquier tipo o índole, que puedan contaminar la visión del paisaje, ofrecen al viajero cuando menos una visión inédita. César Manrique ha logrado integrar como nadie la naturaleza y el arte, imbuyendo tanto a sus habitantes como a los visitantes de su espíritu de preservación y conservación del paisaje y del entorno. 

Recorrer la isla, andar por las callecitas de sus pueblos, recrearse en monumentos tan espectaculares como el impresionante tubo lávico y su cueva de Los Jameos del Agua, o la Casa del Campesino y, por supuesto, la sede de su fundación del propio César Manrique y los numerosos y pequeños museos de la isla, constituyen una experiencia sorprendente. 

Una isla única que apuesta por el deporte

Para los deportistas, Lanzarote se ha convertido también en una pequeña sucursal del Paraíso. Deportes náuticos como el surf, el kite-surf o la vela aprovechan la temporada de vientos atlánticos. Rutas especiales de senderismo o enduro se unen al concurso Ironman en la elección del hombre más fuerte del mundo y también inscriben sus pruebas en el calendario internacional de eventos. 

Y, aunque pueda parecer insólito, Lanzarote ofrece también ahora dos campos de golf únicos: uno, el Teguise Golf, que permite a los jugadores realizar su recorrido con fondo de volcanes, asumiendo el reto de no desviarse de las calles para caer en los pedregales de lava, ceniza o picón. El otro, Lanzarote Golf, mucho más asequible para los jugadores aficionados, exhibe su cuidada mancha verde en medio de la gama de colores pardos de este paisaje volcánico.

El Ayuntamiento de Teguise, que fuera la primera capital de Lanzarote, apoyado por Turismo de Lanzarote y el nuevo Grand Hotel Teguise Playa se ha lanzado a posicionar la isla como uno de los destinos imprescindibles de golf de Canarias. Lo han hecho albergando la I Copa de Medios, ganada por Elena Jimenez (TVE), seguida por Jorge Armenteros (Cope) y Miguel Carnero (Mediaset). 

La intensidad de la competición no fue óbice para que la veintena de medios presentes, entre ellos Atalayar, la compaginaran con la visita a los rincones y paisajes más emblemáticos de la isla: La Geria, cuna exclusiva de una forma de cultivar la vid, cuyas raíces se hunden varios metros en la ceniza de lava en busca de la tierra fértil que las erupciones volcánicas cubrieron por completo. Esa forma artesanal de cultivar la uva malvasía volcánica desemboca en vinos blancos característicos. Otra visita para satisfacer la curiosidad y el recuerdo de la historia es el Palacio Spínola, la primera Gobernaduría y hoy sede del Museo del Timple, sin duda el más emblemático instrumento canario; las Montañas del Fuego del Parque Nacional de Timamfaya; la casa del Premio Nobel José Saramago, o los mercadillos populares, y, por supuesto, gozar de una gastronomía propia donde los productos del mar son los reyes de la mesa.

A no olvidar tampoco la Laguna Verde, rodeada junto al mar de montañas que enseñan sin rubor las tripas de su caprichosa y variada geología. Lugar emblemático que los cinéfilos identificarán enseguida con los escenarios de películas universalmente conocidas, como por ejemplo “Hace un millón de años”. 

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