Conozco a Rigoberto Carceller Ibarra desde hace muchos años. Lo he entrevistado para medios como TV Martí, Telemundo o Univisión; todos ellos de los Estados Unidos en lengua española. Mi relación profesional con él daría para escribir un libro. Además de definirlo siempre como a un ser íntegro, también lo califico como a un hombre quijotesco por luchar contra imposibles.
—Señor Carceller: ¿Cuántos años lleva usted luchando, desde el exilio, contra lo que yo califico como esclavitud comunista?
—Desde el 16 de junio de 1993, es decir, casi tres décadas; pero si sumo mi trayectoria dentro de Cuba podría decirte, Miguel, que me inicié en la lucha anticastrista desde los 16 años, y ya he cumplido 58.
—Digo que semejante lucha es un imposible, dado lo prolongado de la dictadura castrista desde hace 63 años. La iniquidad comunista cayó en Europa. ¿Por qué no lo hace en Cuba?
—Aún no lo han hecho en Cuba porque aún abunda el romanticismo en la comunidad internacional y este romanticismo se hace cómplice apoyando o sustentando, activa o pasivamente, el castrismo. Inicialmente por antiamericanismo; segundo, por ignorancia colectiva A pesar del exceso de información, no son pocos los ebrios de ideología. La justicia social se alcanza con libertad, con solidaridad y con el deseo de transgredir las barreras culturales impuestas también por el egoísmo insolidario.
—Siempre les he calificado a ustedes, a los exiliados cubanos en España, como dobles víctimas: del castrismo y de la incomprensión de la izquierda española. ¿A qué le adjudica Ud. esta innobleza?
—Esta innobleza Miguel es, como antes lo he llamado, por el antiamericanismo primero y después por la embriaguez de ideología. Ellos siempre consideran a los suyos como más nobles y buenos por el simple hecho «ser de izquierdas»; por la miseria del pobre en su ignorancia y la del perverso también. Siempre terminan culpando al emprendedor, al triunfador, ignorando el esfuerzo y los riesgos de éste último.
—Ha realizado acciones espectaculares, como la de encadenarse en el caballo de Don Quijote en la Plaza de España de Madrid. ¿Qué recuerdos tiene de ese activismo?
—La verdad que sí, Miguel, lo recuerdo con mucha ilusión y romanticismo. No olvidemos el pelele de Fidel Castro que subí al día siguiente en el que bajaron del pedestal el último monumento a Franco al lado de los Nuevos Ministerios; o el inmenso globo que pusimos al monumento de Colón en la misma plaza, allí, en la Castellana; o el desnudo ante las puertas de las oficinas de la Unión Europea aquí en Madrid, etc. Pero cuando me encadené al Quijote de la Plaza de España fue románticamente, al considerarle mi último embajador ante tantas injusticias. Sólo un ideario quijotesco puede sostenerte ante la brutalidad de las injusticias.
—Sería terrible su vida y la de su familia bajo ese régimen oprobioso. Defínamelo con unos cuantos adjetivos y en estas cuatro líneas.
—Crueles, terroristas de Estado, miserables, devastadores, sicarios, torturadores, perversos, inmorales, manipuladores, etc.
—Usted es topógrafo de profesión. Su mujer, médico pediatra. ¿Cómo hicieron ustedes para insertarse en la vida profesional española?
—Lo hemos hecho con humildad y gran esfuerzo, aceptando desde los trabajos más humildes y alejados de nuestros oficios y profesiones. Hasta poder homologar nuestros títulos y estudios, como quien sube una empinada cuesta; pero también sin traumas. Todo comienzo es siempre doloroso. Te puedo decir que hemos sido hasta cobayas de varios ensayos clínicos; también hemos repartido muebles, trabajado en cafeterías, etcétera.
—Como ingeniero Técnico en Geodesia y Cartografía (Topografía) participó en la construcción de La Peineta, estadio del Atlético de Madrid. ¿Cómo fue esa labor en tan importante obra deportiva?
—De mucha responsabilidad, porque en verdad las obras de gran envergadura como la antigua Peineta, la Caja Mágica, etc., no admiten errores, obviamente. La responsabilidad te hace ser muy cuidadoso en cada procedimiento, la presión con la que se ha de trabajar no admite errores o descuidos.
—Usted organizó una excelente labor de envío de medicamentos, comida, ropa y demás, a familias cubanas a través de turistas que viajaban a la Isla. ¿Cómo se llamaba esa organización? ¿Sigue funcionando?
—Se llamaba “Puente Familiar con Cuba”. En verdad, fue una gran oportunidad para mí al poner en práctica primero, mi coherencia política y, después, un principio fundamental con el que me educaron mis padres: «obras son amores y no buenas razones». Durante más de 10 años, desde que la fundé junto a otros cubanos y españoles, pudimos ser muy efectivos y ayudar a más de 30.000 familias de forma directa dentro de Cuba. Todo ese trabajo llena una vida de coherencia y no te niego que me enorgullezco también.
—¿Cuál es la situación actual de Cuba? ¿Hay alguna esperanza de verdadero cambio?
—- La esperanza, Miguel, es de lo último que debe desprenderse un ser humano; es el más efectivo combustible que sostiene la vida en sí misma.
—Sus hijos, dos nacidos en Cuba y otros dos en España: ¿cómo asumen la condición de su padre activista?
—Creo, Miguel, que mi mayor resultado como individuo es haberme ganado el respeto, admiración y solidaridad de mis hijos, esposa, amigos y otros familiares; sin ellos toda mi pasión y entrega hubiera sido imposible.
—Hace un tiempo regenta Ud. un espacio sociocultural llamado El Patio del Indiano. ¿Qué es?
—Lo defino como una “psicotaberna”. Aquí el principal producto es gratuito; consiste en lograr una relajación y un éxtasis en una sociedad llena de prisas y mucha confusión. Para todo lo demás tenemos muy buenos vinos; un sándwich cubano que está considerado como uno de los mejores que se elabora aquí en España. También tenemos con frecuencia música en directo o encuentros académicos, los jueves, por el que pasan muy ilustres personalidades.
—Tiene un nombre muy característico. ¿Quiénes eran los indianos?
—Ya sabes, Miguel, que su origen está vinculado al mismo Descubrimiento. Cuando Colón llegó a América consideraba que había llegado a La India. Por lo tanto, todo el que se lanzó a la aventura y triunfó en ella se convirtió popularmente en un indiano; es decir, una persona exitosa.
—Ahora es usted sumiller. ¿Cómo se convierte un topógrafo en especialista en vinos?
— A lo largo de mi vida he sido muchas cosas, Miguel, no solo topógrafo. También cobaya; he dirigido diferentes proyectos y todos con éxito; acompañé al propietario de un banco a realizar alguno de sus sueños. En fin, llevo toda mi vida reinventándome. Ahora escucho con honestidad lo que los vinos quieran contarme y, con sencillez, lo comparto con mis clientes. Me fascina sobre todo la historia y cultura que está detrás de ese maravilloso alimento del cuerpo y el alma.
—¿Abriga esperanzas de volver a Cuba?
—Como dice el refrán, nunca se debe decir no, de esta agua no beberé. He sometido a mis seres queridos a mi causa durante largos años; viví muy ciego ante mi causa como un militante indomable. Hoy estoy en manos de Dios y de mis hijos y nietos; ellos constituyen la saeta de mi brújula y destino en la actualidad.