
La herramienta política de censura al gobierno de la nación presentada por Vox, ha permitido retratar políticamente al variopinto elenco de personajes que pululan en eso que llamamos “arco parlamentario” y que no es ni más ni menos que el conjunto de intereses con que nuestros teóricos representantes, juegan al poder, aunque no se representen más que a ellos mismos.
Una herramienta legítima además de legal, por mucho que el representante del PNV diga lo contrario en su papel de figurante. Está prevista como fórmula de control al gobierno “plurinacional” —como parece que se autodefine el del Sr. Sánchez— y que más valdría tildar de “desgobierno” de España, tan bien representado en el cuadro que preside la gran sala del consejo de ministros. Vox, por tanto, ha hecho lo que moral, legal y políticamente correspondía: censurar la forma de administrar por parte del gobierno a la nación española cuya garantía de unidad, seguridad, legalidad regularidad y constitucionalidad, está confiada a la Jefatura del Estado.
El retrato de grupos o personajes agrupados requiere el estudio individualizado una vez que se comprueba de nuevo como el mandato imperativo prohibido constitucionalmente para los diputados y que debería saldarse con una postura individual de voto, está secuestrado por las organizaciones partidarias y lo que llaman “disciplina de partido”. El diputado que pretenda estar en las listas debe dejar de lado la propia responsabilidad de su representación política, para estar sólo a los intereses del partido.
Pues bien, como era de esperar de una cámara con un reglamento a gusto de la mayoría parlamentaria, el papel principal no ha correspondido a la persona que encabezaba la moción de censura —como sería lo lógico y democrático— sino al protagonista gubernamental que ha consumido el tiempo en seguir con el relato “farolero” de su gestión, que el público conoce de sobra por la asfixiante propaganda mediática de que goza el personaje. Aburrimiento, tedio, cansancio y hartazgo hasta en las filas propias, eso sí es un tormento obligado.
Más tarde, cuando los focos mediáticos recogían sus gestos, se acababa la impostura con los numerosos “tics” gestuales que al hierático rostro se le escapaban en su escaño. El gran actor de comedia no ha podido disimular que, desde hace tiempo, su encanto está marchito y su aparente tranquilidad es pura ficción. El cree que su actuación ha sido buena para el público, pero ya no cuela y sólo le salva el dinero regado en propaganda clientelar mediática que le ríe las gracias.
Sabe además que tiene el apoyo del nuevo galán aparecido en la escena desde provincias, para liderar lo que debía ser oposición (por cierto, desaparecido hoy muy hábil o torpemente —según se mire— para evitar quedar retratado ante el público). El Sr. Feijóo ha hecho lo que hizo en su día el Sr. Rajoy: abandonar su puesto al frente del partido, dejando a otros dar la cara en un acto de tanta trascendencia e importancia para España y sus instituciones como es una moción de censura. Eso sí que da fuelle —en clara paradoja gallega— al que quiere “echar de la Moncloa cuanto antes”. Si no se entiende él, es lógico que no entienda a España.
En esa cobarde actitud de esconder la cabeza bajo el ala, puede tener que ver su conformidad y acuerdo con las políticas del gobierno actual, incluyendo las más aberrantes, que se esconden en las “agendas” globalistas. El Sr. Feijóo tiene escrito el mismo guion político que el Sr. Sánchez. Es la forma de operar de los poderes reales: jugar con todas las piezas del tablero, moviéndolas a su voluntad, mover los hilos de cada marioneta según convenga en cada caso.
El Sr. Feijóo y el PP han dejado pasar otra oportunidad que nunca más se les presentará: el demostrar que tienen un proyecto para España y eso les sitúa como serviles lacayos del gobierno. Otra oportunidad democrática perdida habría sido —al menos— dejar en libertad de conciencia a todos los diputados de la cámara parlamentaria a través de un voto secreto, el más auténtico. El Sr. Casado ya perdió la suya en la moción anterior. Hoy ya nadie se acuerda de él.
Los corifeos clientelares reunidos bajo una mayoría gubernamental explicita y los que reclaman sus privilegios desde distintos rincones de la nación, también sabían a lo que estaban: mantener lo más posible el chantaje de apoyo a este gobierno cuyo único fin es perdurar. Cómo es lógico, no iban a apoyar la moción presentada, sino que sacarían la viejas y rancias proclamas ideológicas de izquierdas, derechas, fascismos, etc. que ya no dicen nada a nadie. Salvo a quienes viven de ello.
Las descalificaciones e intentos de ridiculización de un acto de tanta gravedad e importancia buscando siempre la posible resonancia electoral, demuestran la mezquindad de quienes han hecho de la política un mercado de intereses, sin otro horizonte que el personal donde, como decía Unamuno: “Falta ambición y sobra codicia”. Carecen de la dignidad y valentía mostrada por el candidato Sr. Tamames al denunciar la situación política española y al soportar con estoicismo las risas y burlas de los que no le llegan a la suela de los zapatos.