
En materia de comunicación, la imagen y la palabra son determinantes. La primera porque, como tantas veces se ha dicho, vale más que mil palabras. La segunda porque las palabras pueden convertirse en imagen o permiten visualizar de tal manera su mensaje que adquieren la misma fuerza.
Un ejemplo de ello lo protagonizó Clinton en su campaña electoral frente a Bush padre, al que logró derrotar cuando los analistas políticos consideraban a este imbatible por sus éxitos en política exterior. La contienda se planteaba entre un joven candidato y un presidente que llegó a batir el récord de popularidad en un momento estelar de finales del siglo XX, marcado por la caída del muro de Berlín, la disolución de la Unión Soviética y la guerra del Golfo Pérsico. En tales circunstancias el Partido Demócrata orientó su foco hacia la vida cotidiana, que se guía por las políticas que proporcionan mayor o menor bienestar de los ciudadanos. Bush se recreaba en su momento de gloria internacional que, por otra parte, no estaba exenta de costo para los americanos por un esfuerzo militar que llevó aparejado más impuestos. El principal asesor de campaña, James Carville, propuso trabajar sobre tres ideas:
- Si no hay cambio será más de lo mismo.
- El sistema de salud está deteriorado. Hay que mejorarlo.
- Lo importante es resolver el día a día de la gente: la hipoteca, el poder adquisitivo, sus impuestos.
De ahí vino luego la provocadora frase de Clinton: It´s the economy, stupid, que se popularizó hasta el punto de convertirse en eje de la campaña, con el resultado de convertir a un modesto gobernador de Arkansas en presidente de los Estados Unidos.
Expuesto lo anterior, demos un salto al presente. Solo han pasado tres décadas, pero estamos ante un mundo nuevo, por más que la conducta del poder no ha cambiado en lo esencial. En la España de hoy lo sustenta una coalición sostenida por intereses espurios (para precisar aplicaré como acepción del diccionario la siguiente: nacido con engaño). Pero sea cual sea su origen, es el poder y se está ejerciendo desde valores iliberales.
No es, por tanto, sorprendente que la frustración entre quienes no han votado a Pedro Sánchez y aun muchos de los que sí, se vuelque en las redes con un enconamiento que empieza a ser inquietante. Nunca antes en nuestra democracia, hasta Zapatero, las ideologías concurrentes en sana competencia democrática se manifestaban con tanto odio. Y sin embargo tengo la certeza de que esta coalición fracasará por la economía. Hay ministros que desconocen sus fundamentos más esenciales. Incluso confiaban en poder disponer de “pólvora del rey” para disparar salvas alegres. En este caso la pólvora sería los coronabonos avalados por todos los países, pero Europa ya ha dicho que no. Habrá, eso sí, barra libre para préstamos, líneas de crédito y hasta alguna ayuda mutualizada para paliar el desempleo que se avecina. En total un paquete de 500.000 millones de euros. Pero será responsabilidad de los gestores en cada gobierno cómo utilizar el dinero que pidan, que pesará en su deuda nacional y del que en su momento tendrán que responder.
El escenario mundial es desolador. El dato más representativo de la crisis es el desempleo generado en Estados Unidos, nada menos que 6,6 millones en la última semana. Y eso en una economía que apenas tenía paro antes de la escalada de infecciones por el Covid-19. En España, con dos dígitos de desempleados desde hace una década ¿cuál será la cifra final? Sin duda superará el 20% y eso no se resuelve con fórmulas fiscales. Hablar de que paguen los que ganan mucho solo recibe aplausos. Que nadie se engañe, la recaudación de quienes tengan ingresos de 200.000 euros anuales resulta vistosa como titular, pero no alcanza ni para pagar una mensualidad a los pensionistas. Menos aún para la solución del salario mínima vital (que viene a ser equivalente a la tan elogiada por Iglesias “canasta básica venezolana”). Para evitar que se pase hambre puede ser una solución temporal, pero la clave es volver a un marco de creación intensiva de trabajo. En España, el 95% del empleo, no lo olvidemos, está sostenido por emprendedores autónomos y pymes que necesitan apoyo eficiente y sobre todo confianza, dos factores que no están presentes ni en la actuación ni en el discurso del Gobierno.
Abel Cádiz es autor de La historia del poder.

LA TERCERA PLAGA.
A mi juicio, la plaga del Covid 19 no solo conlleva la plaga de la crisis económica, que se anuncia profunda, sino una tercera plaga, la plaga de la radicalidad izquierdista que conlleva la crisis de la ya tambaleante civilización occidental, que es la civilización de la libertad y del progreso porque es la civilización congruente con la naturaleza del ser humano, construida sobre los pilares de la filosofía griega, del derecho Romano, de la acción humanizadora del cristianismo y también sobre el pilar del antropocentrismo ilustrado.
Todo este bagaje existencial, ciertamente maltrecho por una perezosa y tontorrona burguesía incapaz de defender sus raíces, puede sufrir una fatal puñalada porque la izquierda radical, deshumanizadora y materialista, en ausencia efectiva de la socialdemocracia abdicaste, puede llegar a barrer nuestras libertades y, por tanto, nuestra propia condición humana, para convertirnos en piezas del Estado provisor o no.
Ahí lo dejo, ojo con los recortes de libertades que ya estamos padeciendo con la disculpa del Covid. Ojo con el triunfo de la descarada mentira oficial (signo y seña del leninismo). Ojo con la expansión sine die de sistemas subvencionales. Ojo con la invasión pública en la privacidad. Ojo con la magnificación y desmesura del llamado “interés general”.
Ojo. Mucho ojo.
P.S. El actual revuelo del centro derecha conquistando las redes sociales no será arma suficiente para acabar con el actual desgobierno, pero es buena gimnasia para espabilar a la “perezosa y tontorrona burguesía”, para recuperar la narcotización padecida, para que esté al tanto, para que esté ojo avizor.
Joaquim M@ Nebreda Pérez.