Pasadas las elecciones andaluzas conviene reflexionar sobre el panorama político que nos presenta el presente año, e intentar una aproximación al cambio de actitudes necesario para lo que muchos denominan como la “regeneración del sistema”.
Los resultados de la primera convocatoria electoral en Andalucía no son muy representativos del panorama en el resto de España, —como ya he comentado en este mismo blog—, por su peculiar gobierno socialista ininterrumpido a costa de compra de voluntades, como parecen demostrar los casos de corrupción que gotean en sede judicial y parecen no tener fin. Precisamente tal circunstancia (y no la contraria como sería lógico), ha hecho que se mantenga una mayoría relativa electoral del PSOE, que le permitiría seguir de momento al timón de la Junta una vez superada (si se supera) la investidura.
El PP por su parte ha perdido una porción importante de sus electores y en la sede de Génova se buscan (sin encontrarlas) las causas. Para unos la causa de la derrota es el candidato, poco conocido y con poco carisma (esa parece ser la opinión de la Sra. Aguirre) puesto “a dedo”. Para otros el origen de la debacle se sitúa en la dificultad de comunicación de los “logros” económicos del PP en esta legislatura, ignorando lo que se han llevado por delante tales logros en los que siguen sin entrar en profundidad, como son la más que necesaria e imprescindible gran reforma de las AA.PP. (todas) ajustándolas institucionalmente. También hay quien piensa que se ha gobernado en contra de sus votantes, tanto desde el punto de vista fiscal como desde el punto de vista social. Las navajas se afilan y no presagian nada bueno. Sólo un giro copernicano urgente del PP que incluya la organización del Estado, el control autonómico y la recuperación de los muchos miles de emprendedores que han sido perseguidos por su brillante Ministerio de Hacienda, podría volver a ser un lenitivo electoral.
Ciudadanos, aupado más de lo que ellos esperaban a cifras importantes de representación, se encuentra ante una situación comprometida: diseñar y proponer con urgencia proyectos de gestión política integral, al mismo tiempo que su estructura se consolida. Eso se hace desde la modestia y la humildad de quienes tienen mucho que aprender, pero se equivocan si adoptan la postura de soberbia de muchos “triunfadores” y no saben leer o interpretar sus propios resultados. La hora de adoptar acuerdos y coaliciones que los potencien sigue estando presente.
Por otra parte el caos en que se encuentra “el partido de Rosa Díez” (tal como se le conoce vulgarmente), es la natural consecuencia del factor soberbia, —ya comentado—, hacia otras formaciones, traducida en rechazo y “ninguneo” a partir de una postura inflexible de la titular del partido y su corte personal. Por cierto el partido conocido oficialmente como UPyD no parece responder precisamente a “unión” y “democracia” (por lo conocido hasta ahora) y el ”progreso” está por conocer. El día que deje de ser “el partido de Rosa Díez” (cosa improbable) puede quizá remontar algo la situación que la llevará a buscar alianzas rechazadas antes.
En todo este panorama el verdadero revulsivo político sigue siendo “Podemos” que, poco a poco, intenta formar estructura funcional al mismo tiempo que tiene que incorporar un sistema asambleario de “democracia directa” cuyas teorías van a diferir mucho en la práctica. Sus resultados en Andalucía tiene lecturas diferentes y todas interesadas a favor o en contra. En todo caso sus resultados electorales, —a pesar de la urgente y precipitada candidatura—, demuestran que hay que contar con ellos y con lo que representan de indignación ciudadana. Se han convertido en la pieza a abatir desde las derechas y las izquierdas, lo que significa una cierta ubicación espacial de centro político compitiendo con Ciudadanos en el mismo espacio electoral.
La formación IU lleva una deriva muy parecida a UPyD con abandono de personas muy significativas y por los casos en que los “históricos” se han visto envueltos. Su propia estructura caótica donde se mezclan siglas y organización, le dan pocas posibilidades operativas y, su posible refundación, parece posible sólo a partir (como UPyD) de alianzas y simplificación de sus aparatos burocráticos, para trabajar en un proyecto político en el que se pierdan las ya rancias ideologías.
En cuanto a los nacionalismos y su exagerada representación parlamentaria por el actual sistema electoral, sólo cabe esperar a una reforma del mismo que, con una única circunscripción nacional, permita que todos los votos de todos los ciudadanos tengan el mismo valor.
Se aproximan las elecciones locales y autonómicas en toda España que van a configurar también de forma diferente los gobiernos políticos y administrativos del Estado Español, con pérdidas de mayorías tradicionales y una atomización mayor que obligue al pacto y al consenso en aras de la necesaria “estabilidad” para gobernar, —tal como preconizan los que siempre han gobernado—, en lugar de aprovechar para refrescar la participación democrática ciudadana. En el ámbito “local” debería aprovecharse para adelgazar las estructuras infladas de los años pasados y, en el autonómico, para reconducir la situación y adelgazar igualmente las cúpulas de sus administraciones.
Las generales acechan al final del año dejando todavía, —como decíamos—, un cierto margen de maniobra para el partido en el gobierno y su mayoría parlamentaria que le permitiría aún corregir errores y recuperar cierta confianza, pero sólo pueden hacerlo desde una profunda catarsis interna y el reconocer sus acciones, equivocaciones y omisiones injustificables. El déficit público no es la falta de ingresos, sino el exceso de gastos y el empleo sólo lo puede crear una liberalización total de la pequeña y mediana empresa, así como de los sistemas de autoempleo, para poner el punto de mira en los oligopolios, corporaciones financieras opacas, “cárteles” privilegiados y organizaciones sociales que viven de los presupuestos a costa de los contribuyentes, así como en el nulo interés público de muchos gastos y despilfarros. Sólo en este caso el PP podría mantener una cierta mayoría que, como en el caso del PSOE en las elecciones andaluzas, le permita una legislatura basada en acuerdos y consensos con el resto de las formaciones políticas.