
Ha tenido que ser la guerra desencadenada por Hamás contra Israel y la contundente respuesta de éste la que haya propiciado la inédita reunión de Riad, en la que hasta 57 países mayoritariamente musulmanes han coincidido con el objetivo de mostrarse como un frente unido ante el Estado judío.
A iniciativa del hombre fuerte de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, las dos cumbres previstas en la capital del Reino del Desierto, la de la Liga Árabe y la de la Organización de Cooperación Islámica (OCI), se fundieron en una postura y comunicado común, cuya conclusión más sobresaliente es la de exigir un Estado palestino independiente, porque “ni Israel ni todos los países de la región [de Oriente Medio] gozarán de paz y seguridad” si ello no se produce.
El documento condena con firmeza los ataques de las Fuerzas de Defensa de Israel en la Franja de Gaza, que hasta el momento han causado más de 11.000 muertos.
Los líderes musulmanes rechazan que las operaciones militares de Israel sean justificadas como “derecho de autodefensa”, calificando además como “crimen de guerra” el “castigo colectivo” que se está infligiendo a los palestinos gazatíes.
Pero, si hubo unanimidad en la condena a Israel, este frente islámico no mostró la misma alineación de pareceres a la hora de proponer acciones comunes. Como era de esperar, el líder más radical fue el presidente de Irán, Ebrahim Raisi, que llegó a pedir a todos los países islámicos la designación de Israel en su conjunto como “organización terrorista”.
Declarado enemigo del derecho a la existencia misma de Israel, el ayatolá iraní exigió a sus colegas la imposición de sanciones políticas y económicas, así como solicitar en todos los foros internacionales la prohibición de la venta de armas a Israel e incluso el establecimiento de una zona de exclusión aérea.
Arabia Saudí, organizador de la doble cumbre, no podía dejarse comer el terreno por parte de un Irán crecido, con el cual ha restablecido las relaciones diplomáticas el pasado mes de marzo. Así, Bin Salman, sin llegar a secundar a Raisi en su deseo de “apoyar la resistencia palestina”, a la que identificó con Hamás, extendió genéricamente las culpas de la guerra en Gaza a toda la Comunidad Internacional en sentido amplio, y al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas más en concreto. Eso sí, Bin Salman encabezó el numeroso grupo de los países que abogaron por “el fin de la ocupación israelí, el desmantelamiento de los asentamientos ilegales y la vuelta a las fronteras de 1967”, lo que permitiría un Estado palestino con capital en Jerusalén Oriental.
Sin matizar la propuesta de Bin Salman, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, se inclinó por proponer que todo eso se articulara en una conferencia internacional de paz, a celebrar lo antes posible, en la que se concluya una solución permanente al conflicto entre israelíes y palestinos”.
Erdogan, precisamente, tuvo oportunidad de encontrarse con el presidente de Siria, Bashar Al-Assad, que a través de este foro ha vuelto a la escena internacional tras la larguísima guerra que ha librado contra la oposición en su país, pero que también ha servido para que a su socaire eclosionara el Daesh, cuyas violentas soflamas islamistas y antioccidentales se han ido propagando a todo Oriente Medio y a gran parte de África, especialmente la Franja del Sahel.
Pese a algunas diferencias, esta cumbre de Riad vuelve a situar a la democracia de Israel aislada de su entorno. Es evidente que el paciente trabajo diplomático y de poder blando que Israel y el mundo judío habían realizado para convertirlo en un país más de la región, respetado y reconocido, está sufriendo un importante revés. De momento, Irán se ha salido con la suya, y la que fuera casi inminente adhesión de Arabia Saudí a los Acuerdos de Abraham habrá de esperar a mejor ocasión. Riad no podría forzar la máquina sin concluir antes su propia propuesta de hallar una solución al problema palestino.
Además, y por muchas diferencias entre sí, esa solidaridad musulmana no puede ser quebrada por ninguno de los integrantes aisladamente so pena de vérselas con su propia opinión pública. Todas ellas se hallan sacudidas por el relato del incuestionable drama que sufren los palestinos gazatíes, hasta el punto de haber pasado pantalla y olvidar el brutal ataque realizado por los milicianos de Hamás del 7 de octubre y el secuestro de 240 rehenes aún presos en algún recoveco de los túneles construidos bajo la superficie de Gaza.