Profecías

Por
— P U B L I C I D A D —

«Sobre la sensatez de nuestra civilización, ya no nos quedan muchas ilusiones»

Alain Yaouanc. Astrólogo francés

En los tres últimos años parecen haberse desatado de nuevo las trompetas del Apocalipsis con profecías de todo tipo que, en general, responden a dos cuestiones: el final de la civilización en las próximas décadas y la incapacidad  del planeta Tierra para mantenerla por agotamiento de recursos. De nuevo la teoría neomalthusiana que ya el Club de Roma, allá por la década de los 60 del siglo pasado proponía de límites al crecimiento de la población por falta de alimentos en los años 80. En estos últimos años un supuesto “Nuevo Orden Mundial” ha ido apoderándose de gobiernos y naciones, para establecer algo distópico y acientífico, basado en su poder de propaganda sobre la población.

El “Yi-King” (libro de los cambios) dice: “La élite quedará subordinada a las masas, lo cual va en contra del orden natural. El jefe de la oscuridad, por querer subir al Cielo, caerá a la Tierra destruyéndose a sí mismo y a los demás”.

Según la tradición hindú, estamos al final del “Kali-Yuga” (edad oscura). Una etapa de desorden y confusión, en la que “las castas serán mezcladas”.

Han sido muchos los profetas que de una forma u otra se han referido a ese final de los tiempos y civilizaciones. En unos casos basados en la Astrología y en otros en la Astronomía o la Filosofía. En el primer caso considerando al hombre como parte del Cosmos, en el segundo teniendo en cuenta los ciclos astrales. En el tercer caso desde el pensamiento humano crítico.

San Malaquías se refiere al final de los tiempos con el último Papa de Roma, al que sucedería hacia el año 1999 “un gran rey de espanto”, si bien sus profecías no fueron dadas a conocer hasta siglos más tarde de haberse producido, lo que deja un amplio interrogante sobre su contenido. Asimismo el astrólogo Nostradamus desarrolla a través de sus “cuartetas” (que, por cierto, no guardan orden cronológico y su interpretación es compleja) todo un conjunto de profecías que -para muchos- se han cumplido, mientras que para otros, todo consiste en la interpretación más o menos interesada que se haga.

Más cerca de nosotros, Oswald Spengler antes de la 1ª Guerra Mundial, vaticina en su libro “La decadencia de Occidente”, dice: “El fin está aquí… El derrumbamiento de Occidente se avecina. Europa Occidental ha pasado su cénit y debe esperar un fin rápido; su civilización se situará al lado de los sistemas caducos de Grecia, Egipto y la India. Nuestro orgullo intelectual exagerado, es ese orgullo que precede a la muerte”. En otro de 1931 titulado “El hombre y la técnica” añade: Europa ha dejado escapar las condiciones de la grandeza… su civilización representa una flor de ponzoñosa belleza, en trance de envenenarse por asco y por cansancio”.

Antes que Spengler, Nietzsche comparte también la adversión por la era de las máquinas: “…¿y si las máquinas en lugar de prolongar nuestra civilización, la obligan más bien al suicidio? Por su multiplicación y su refinamiento cada vez más avanzado, la máquina acaba por ir en contra de la meta propuesta. Las democracias europeas son ante todo un desencadenamiento de perezas, cansancios y debilidades. Esto significa que determinada forma de Europa, va a morir. O preparamos nosotros ese cambio o lo rechazamos”. Señala un “trastorno inaudito” ya que “una nueva civilización va a nacer”.

Europa perdió hace tiempo el pensamiento propio, el que estaba basado en la civilización cristiana que -según Nietzsche- ha muerto hace tiempo, junto a la moral que la sustentaba. Paul Valéry se une a la crítica europea: “Europa poseía en sí con qué someter, regir y ordenar según fines europeos el resto del mundo. Tenía medios invencibles y los hombres que los habían creado, pero había por debajo los que disponían de ella nutridos de pasado, que sólo han sabido hacer pasado.” Guénon, por su parte dice en 1945: “La actual  preponderancia de Occidente, tiene una correspondencia significativa con el fin de un ciclo, pues es ahí donde el sol se pone”. Y, en 1946: “Nada ni nadie está ya en el sitio donde debiera estar; no se reconoce autoridad efectiva en el orden espiritual y ningún poder legítimo en el orden temporal…”.

Ferdynand Ossendowski, científico, viajero y político polaco, recoge de la tradición budista la siguientes profecía: “Entonces surgirá la maldición desconocida que, conquistando el mundo y barriendo toda civilización, matará la moralidad y destruirá a sus pueblos. Su arma es la revolución, que es una enfermedad contagiosa”.

La revolución parece ampararse en una falsa Ciencia puesta al servicio de la misma por medio del dinero, donde podemos distinguir diferentes posiciones: desde los que vienen prediciendo (y equivocándose) catástrofes naturales de todo tipo, hasta quienes son partidarios de reducir en un 90% a los seres humanos, pasando por quienes aprovechando la situación, pretenden utilizar a gobiernos títere para propósitos de interés particular. Todo vale en ese caos social preparado al efecto desde hace años.

Afortunadamente el Cosmos, el sistema solar al que pertenecemos, el planeta Tierra y su propia Naturaleza, vienen desmontando una tras otra tales predicciones, tal como podemos comprobar con la utilización espuria del cambio climático donde hace tan solo un mes, se hablaba de sequías terribles y altas temperaturas por los corifeos de la nueva religión. Otra cosa es que sus impulsores pretendan de diferentes formas ganar el pulso al universo imponiendo restricciones de todo tipo y dejando sin efecto la Declaración de Derechos Humanos desde sus primeras frases: “El hombre nace libre…”. Eso sí es una acción de origen antropogénico de destrucción civilizatoria, basada en un falso “progresismo” y olvidando que “no existe el progreso indefinido de las civilizaciones, sino que está sujeto a ciclos astrales” (Alain Yaouanc).

La Humanidad ha pasado y vivido ciclos de nacimiento, crecimiento, esplendor, decadencia y muerte de viejas y gloriosas civilizaciones situadas en diferentes partes del mundo. Cuando hemos creído ser como dioses (sin tener conciencia exacta de lo que ello significa), nos hemos colocado unas simples plumas con cera a nuestras espaldas para volar hacia el Sol… El resultado ya lo sabemos: la cera se derritió, las plumas volaron y el infeliz idiota dio con sus huesos en el suelo. Quizás el primer cambio positivo sería darnos cuenta de lo poco que somos y significamos en el Universo.

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