El supuesto mito de la gran inundación o Diluvio Universal, al parecer se originó en Mesopotamia (el llamado “creciente fértil”), durante el antiguo período babilónico (1880/1595 a.C), llegando hasta Siria y Palestina.
Muchos investigadores han dedicado tiempo a conocer la verosimilitud de una gran inundación en la zona en base a la evidencia de actividad humana en la misma. Así, un equipo de arqueólogos de universidades turcas y americana (Andrews) han recogido muestras en el monte Ararat de Turquía, en una estructura topográfica donde finalmente se habría posado el arca después de la inundación. Tales testimonios datan de unos 5.000 años atrás y los trabajos están financiados por la iglesia adventista.
El monte Ararat es un antiguo volcán inactivo con una altura de 5.165 metros cerca de la frontera turca de Irán y Armenia, en una región montañosa conocida como formación Durapinar y los restos del arca estarían en sus alrededores. Según el investigador Raúl Esperante habría pruebas de “tsunamis” en el Mediterráneo y existen trozos de madera datadas por radiocarbono (C 14) de 2.800 a. C.
Naturalmente no hay registros “oficiales” de estas catástrofes, ante las cuales sólo cabe la aceptación del relato bíblico o su rechazo. Lo que sí es cierto que, en este período cuaternario llamado Pleistoceno/Holoceno, donde reinaron las conocidas “glaciaciones” (con sus períodos pluviales e interglaciales cuyo motivo u origen específico aún está en el debate científico), la Tierra estuvo sometida a todo tipo de situaciones climáticas, algunas de las cuales convivieron con la especie humana como parte integral de las mismas. Ese sería el caso del Diluvio y el de otros muchos fenómenos que, con diferente intensidad, han golpeado el planeta.
Una de estas situaciones -como la del Diluvio Universal que comentamos- bien pudo ser una inundación de enorme extensión en la zona señalada, grabada en el imaginario colectivo y relatada desde el aspecto bíblico del enojo de Dios con los humanos, tal como nuevos predicadores y profetas, han pretendido hacer con sus mensajes apocalípticos sobre la población mundial y sus pecados (de los que pedía perdón el propio presidente Biden), que debían ser expiados en ceremonias apropiadas.
La glaciación actual se fecha en unos 40 millones de años, intensificándose hace unos 3 millones de años, continuando durante el Pleistoceno con ciclos de glaciación y de avance y retroceso de las capas de hielo durante miles de años. El período más reciente acabaría hace unos 10.000 años solamente, por lo que estaríamos en un período interglacial (entendiendo que la extensión máxima del hielo no se mantiene igual durante el período) existiendo unos más templados y otros más severos. Nos encontramos pues en la actualidad en un mínimo glacial que llamamos Holoceno con las salvedades señaladas.
El aplicar los fenómenos atmosféricos o climatológicos a motivos ajenos a la Ciencia y a la Naturaleza, pertenece a otra perspectiva, así como la manipulación de los mismos aplicándola a la versión que más convenga a los intereses particulares, personales e incluso ideológicos (tal como viene ocurriendo). En todo caso que cada cual saque sus propias conclusiones, tal como ha sido siempre.
El Diluvio correspondería pues a esa sucesión recurrente de sucesos que alteran cada cierto tiempo la faz de la corteza terrestre y las vidas de las especies que viven en ella. Se diría que existe una programación natural para mantener el equilibrio de las cosas y que, cualquier intento de alterarlas desde la acción tecnológica (como las actuaciones sobre las nubes) pueden producir catástrofes ambientales artificiales que justifiquen las alarmas sobre la vida del planeta que, desde la propaganda o desde la imposición política, se ciernen sobre la Biosfera al destruir sus ritmos naturales.
El Diluvio (como otras predicciones catastróficas) produce en los seres humanos miedo. Un pánico que excede lo racional para asentarse en lo contrario: la irracionalidad en los pensamientos, la irracionalidad en las acciones y comportamientos, hasta llegar al delirio de la propia destrucción de pueblos y civilizaciones que padecen las consecuencias de esa locura del “armageddon” final. Entonces los pueblos son sometidos a poderes de todo tipo: desde las imposiciones coactivas a las prohibiciones de derechos humanos; desde las crisis económicas inducidas, al hambre y la pobreza de gentes cuyos recursos naturales están explotados por otros; desde la destrucción de vidas particulares, al suicidio colectivo de la miseria.
Pero la especie humana y la naturaleza en que se asienta acaban por triunfar sobre la destrucción. La renovación sigue a la pérdida. Transcurrido el tiempo de inundación surge la luz de la esperanza, la luz de la razón sobre la sinrazón que es el verdadero negacionismo por mucho que esté bien regado con dinero.