Si alguien esperaba o temía que Podemos volvería a superar al PNV, o las Mareas al incombustible Feijóo, que se venga de vuelta de su sueño, porque la nueva convocatoria que parece asomar en el horizonte a nivel estatal podría depararnos unos resultados similares: oros para la derecha, bastos sobre las espaldas de la izquierda.
No alcanzó Podemos a su, llamémoslo «hermanastro» Bildu, como le vaticinaban los encuestólogos de turno, la distancia se quedó entre 17 y 11. El crecimiento inesperado de Podemos en el 20-D 2015 se dice que fueron préstamos de los nacionalistas de Bildu a los de Pablo Iglesias, pero ya se esperaba que esos votos prestados volverían a su lugar de origen en estas elecciones autonómicas, y así fue.
Dicen que la abstención rondó en torno al 30% en Euskadi, algo parecido al nivel de Galicia. Y que la abstención castiga más bien a la izquierda, mientras el voto de la derecha es fiel hasta la muerte.
Y para muestra de esa fidelidad, pudimos ver en las primeras horas de apertura de los colegios una verdadera avalancha de sillas de ruedas desfilando como ejército aguerrido hacia las urnas.
Curtido en mil batallas electorales, rico en recursos económicos, dueño de casi todas las alcaldías de la Comunidad autónoma vasca, el PNV desplegó todas sus dotes de encantamiento para mobilizar a las huestes de jubilados. Y por otra parte dejó bien claro que cuenta con la solidaridad y simpatía de todo el que se siente vasco de pura cepa y partidario del orden establecido y de las posturas moderadas.
Da lo mismo que el Gobierno vasco esté empeñado en terminar el proyecto mastodóntico del Tren de Alta Velocidad que unirá las tres capitales vascas. Da lo mismo que la precariedad y el desempleo, los recortes en sanidad y educación, los sueldazos de los puestos políticos ocupados en su mayoría por dirigentes del PNV, pesen como una losa sobre la población vasca. Que ya se han ocupado los mass-media de ocultar esas vergüenzas y de convencer a las gentes de que en Euskadi no estamos tan mal como en el «resto» del Estado.
El sentimiento «abertzale» o nacionalista ha jugado como cebo del voto a favor sobre todo del PNV. Podemos aparece aquí como un partido de importación, y los Pablo Iglesias, Errejón y demás han acentuado esa impresión con sus visitas demasiado repetidas a Bilbao, San Sebastián y Vitoria.
¿Y la debacle de los partidos «constitucionalistas» PP y PSOE? En un momento de horas bajas para ambos, de política nada favorable a las aspiraciones de signo autonómico de los dos, solo podía esperarse un bajón como el que han tenido.
¿Y el triunfo aplastante del PP en Galicia?
¿Quizá los gallegos son menos apegados a su tierra y a su autonomía que los vascos?
Quizás. Lo que es cierto y evidente es que en Euskadi como en Galicia los dos partidos más a la derecha del mapa político han conseguido mayorías aplastantes. Da lo mismo que sean autonomistas y se llamen PNV o que sean «españolistas» y se llamen PP. Lo que sí parece seguro es que el uno y el otro seguirán aplicando una política de recortes y restricciones al pueblo llano y favorecerán descaradamente a las grandes fortunas.