
«Deseo hablarles sobre la tragedia de Europa, cuna de la fe y la ética cristianas. Origen de casi todas las artes, filosofía y ciencias, tanto de tiempos modernos como de los antiguos. Si Europa se uniera, compartiendo su herencia común, la felicidad y el bienestar que disfrutarían sus habitantes no tendrían límites…». Estas palabras fueron pronunciadas por Churchill en 1946 cuando, superado el horror de la 2ª Guerra Mundial, había perdido la potestas por haber dejado de ser primer ministro, pero conservaba la auctoritas. El gran líder inglés inspiraba a Europa para su unión y setenta y cinco años después es el mismo pueblo inglés quien quiere romper esa unión. La historia nos sorprende con estas paradojas y en mi indagación sobre el poder señalo algunas. (Véase: www.lahistoriadelpoder.com)
Faltan pocos días para que se haga realidad el BREXIT, que es el más grave golpe sobre la Unión Europea, desde que aquella frase de Churchill inspirara a los artífices que la hicieron posible. Schuman, en 1950, lo demandó: «sin realizaciones concretas que no creen una solidaridad real no avanzará Europa». Adenauer, desde la Alemania dividida, lo entendió y se puso manos a la obra. Les secundó el francés Jean Monnet y el italiano Alcide de Gasperi. Todavía no eran conscientes de que la hegemonía científica, económica y militar que había mantenido Europa iba a ser superada por los Estados Unidos y unas décadas después sería amenazada por China. Hasta entonces el mundo había gravitado en torno al poder europeo; algunos datos lo muestran. Desde hace más de dos mil años lo que acontecía en Europa podía influir en el resto del mundo; no solo era por su capacidad industrial, sino porque su población representaba un porcentaje significativo del total. Todavía al comenzar el siglo XX era la cuarta parte, pero en la actualidad apenas llega al 10% y todavía se reducirá al 5% cuando finalice este siglo.
Otra razón que explica la notable diferencia que ha sostenido el nivel de vida en la Unión Europea ha sido la producción de bienes y servicios. Durante la segunda mitad del siglo XX, juntamente con Estados Unidos, llegó a ser el 80% del total mundial. Tras el despegue de las economías emergentes el ratio compartido se ha reducido al 50% en la presente década y, según la tendencia observada, podría bajar hasta el 25% al finalizar el siglo. He aquí, pues, el gran desafío al que se enfrenta la Unión Europea cuando un hombre mediocre en el poder como David Cameron, eludiendo su responsabilidad de tomar decisiones ante ciertas diferencias con Bruselas, convocó un referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea. Estaba seguro de que lo ganaría y saldría reforzado, pero por escaso margen el pueblo votó en contra. El divorcio lo deseaba un sector, encabezado por algunos políticos populistas que achacaban todos los males a otros países. Lo hicieron de forma eficaz, con una manipulación sin precedentes sustentada en la falsedad de datos, y lograron el triunfo por el 51,9% de los votos.
En la historia del poder, la decisión de un solo hombre puede determinar la suerte de millones de personas. Permítanme una digresión para rescatar este ejemplo dramático: En la China de Mao hubo un momento en que, ante la escasez por la colectivización forzosa, algunos campesinos tomaron la iniciativa de sembrar ciertas zonas y lograron autoabastecerse. La noticia llegó a Mao Tse-Tung por parte de uno de sus colaboradores que creyó llevarle una buena nueva, pero recibió esta respuesta: «los campesinos pueden querer libertad, pero nosotros queremos el socialismo» y luego Mao añadió: «no hay que obedecer a la masa». Es ocioso señalar que a partir de ahí nadie le rechistó y la colectivización se impuso con el resultado de millones de muertos por hambrunas.
Las decisiones del poder, incluso en las democracias, pueden producir perniciosos efectos, máxime cuando en la llamada sociedad liquida (concepto creado por el sociólogo Bauman) todo es cambiante y la masa puede ser fácilmente manipulada como se demostró con el Brexit, un triste ejemplo de cómo un político mediocre puede afectar al conjunto de los europeos. Falta menos de un mes para que se materialice el divorcio formal de Inglaterra, un país históricamente satisfecho en su aislamiento, que ha impedido a gran parte del pueblo asimilar el significado profundo que supuso la firma del Tratado de Roma, como el proyecto de integración de mayor transcendencia en la historia de Europa. Carlomagno, Carlos V, Napoleón habían intentado hacerlo por las armas, Erasmo la pidió apelando a valores humanísticos comunes, Churchill lo reclamó desde el horror de dos guerras que costó la vida a cien millones de personas.
Se han celebrado sesenta y tres aniversarios de aquella firma. En tan largo periodo Europa ha vivido crisis económicas de gran intensidad, la invasión rusa de Georgia y la anexión de Crimea, duros ataques del terrorismo y ahora el impacto del corona virus. Los efectos de la ruptura por el Brexit suscitan incógnitas de difícil respuesta. Solo nos queda esperar y ver, pero la tensa espera deja una evidencia: la integración supranacional ha sufrido un golpe duro, que dará alas al sentimiento identitario, siempre defensivo, siempre excluyente. Hay, por tanto, razones para este lamento por Europa, sin perder la esperanza de que toda crisis ofrece oportunidades para que emerjan los líderes que se precisan para superarlas.
No había leído hasta ahora el estupendo artículo de Abel sobre lo que llamamos «Europa». Un objeto de deseo para gran parte de sus ciudadanos, pero un gran fiasco político y económico.
Hace años se planteó incluso una posible «constitución europea» (en la que modestamente me impliqué) bajo la batuta de Giscard d’Estaing, que murió por diversas circunstancias (entre ellas porque se consideró algo artificioso e irreal).
Pero el gran problema no era Europa, sino su sometimiento servil desde la 2ª G.M. (y aún antes) a la que sería la primera potencia mundial: EE.UU. impuso sus conveniencias políticas, económicas y sociales y los europeos, sobre todo los políticos, quisieron ser «americanos» (tanta era la propaganda). Los dirigentes europeos acudían a rendir pleitesía y recibir las bendiciones USA y Europa perdió su identidad (o mejor dicho) vendió su alma «por un puñado de dólares». La OTAN fue el portaviones de EE.UU. en Europa. Su «airbag», su colchón territorial su justificación de poder (Bzerzinski)…. y los países europeos fueron de alguna forma colonizados, tutelados, financiados y exprimidos culturalmente. La UE ha sido y es no una organización propia europea, sino el resultado de tales papeles jugados por EE.UU. a su conveniencia.
Por eso no se incluyeron las repúblicas eslavas (tan europeas como cualquier otra). Tan llenas de cultura occidental, como cualquier otra. Una Europa sin Rusia ha sido un serio «handicap» para conformar un bloque europeo con vida propia.
Por eso la UE se ha convertido en un artificio político que empieza a ser rechazado por los ciudadanos. Un artificio que ha servido para «colocar» políticos en sus instituciones a cargo de los europeos, duplicando competencias, estructuras administrativas, políticas y económicas manejadas por los «gobiernos», no por los estados, que han complicado la vida a los europeos en lugar de facilitársela. Detrás de UK habrá más países que se planteen qué beneficios reciben y a cambio de qué renuncias…..
Un cordial saludo.