
El llamado “sistema” y su crisis incuestionable, ligado a cuestiones falsas y artificiales de la política, la economía o la sociedad, tiene su burbuja en el sistema de representación política democrática, ya que se concibió y surgió, no como una forma natural de canalizar aspiraciones ciudadanas desde la base, sino como un sistema piramidal organizativo desde personas o cúpulas que lo lideraban.
Un sistema así se basa esencialmente en las compensaciones que las personas que se incorporan al mismo pueden recibir, —bien en forma de cargos y poder, bien en forma de retribuciones económicas—, directamente del líder de la formación, lo que supone la fidelidad al mismo y el aplauso fervoroso a sus decisiones cualquiera que fueran. Un sistema autocrático pagado con fondos públicos en definitiva, sin otro debate interno que el electoral.
Tal diseño perverso implica más la lealtad al líder o a las cúpulas (cuando existen) que a los ciudadanos que los eligen, ya que tal elección parte del supuesto previo de estar en las listas cerradas que el líder confecciona. Luego vendrá la forma de enmascarar y confundir tales cuestiones, bien por la misma organización partidaria, bien por el sistema mediático que busca, sigue y sólo le importa la figura del líder.
Cuando se debe establecer legalmente la “democracia interna” de los partidos es que, algo que debe ser consustancial a su naturaleza, es impensable que se pueda producir si no es por imperativo legal.
¿De donde viene propiciado este sistema? De una sociedad paternalizada y tutelada acostumbrada a “recibir” (subvenciones y prebendas) en lugar de “merecer” por sí misma. Una sociedad que espera siempre que alguien (el líder) les ofrezca y entregue bienestar sin ningún esfuerzo por conseguirlo. Una sociedad que ha hecho dejación de sus propias responsabilidades políticas, para aceptar con mayor o menor resignación las decisiones de los demás. Una sociedad desnortada, alienada tecnológica y culturalmente, que ha caído en las trampas que le han tendido, consumidora de necesidades falsas e infantiloides y que no se da cuenta de que “las generaciones que nacen en cárceles de deudores, se pasan la vida comprando el camino hacia la libertad”. Eso sí, muy preparada….¿para qué?.
La crisis social es parte importante de ese enredo que viven hoy los partidos políticos sustentados sólo por la “harina” que reciben, pero de donde han desaparecido (si los hubo en algún momento) eso que se llaman “ideales”. De ahí viene sus crisis. Porque la argamasa que une a sus componentes parece estar hecha más de intereses personales que de intereses colectivos o comunes. Más hecha de rendimientos inmediatos que de proyectos de futuro.
Tras las conmociones sufridas por partidos como el PSOE, UPyD o IU, ahora le toca al PP pasar el calvario de buscar explicación a esa “harina” que se va perdiendo y seguirá perdiéndose en las citas electorales previstas. El problema es que, para hacerlo, hay que llegar al análisis y al debate sin ideas preconcebidas, con las mentes limpias de intereses, más pendientes de la autocrítica política personal que de la autocomplacencia económica.
En primer lugar y como máxima preocupación de los ciudadanos están las cifras de desempleo y, sobre todo, la falta de un horizonte de desarrollo futuro que vaya más allá de “las tecnologías”. Esas que han facilitado procesos de cara a una falsa competitividad, pero han sacrificado vidas laborales, profesiones y empleos. La globalización ha provocado la concentración económica y financiera, pero también ha forzado a las políticas a adaptarse a las condiciones impuestas por los mercados. El apoyo electoral al PP estaba en gran medida en las clases medias, la pequeña y mediana empresa y los autónomos. Todo un entramado que, mejor o peor, creaba y mantenía empleo aunque fuera algo “somerso”. La persecución fiscal de ese sector y la inseguridad jurídica del mismo, ha llevado a cerrar miles de pequeñas empresas y a asfixiar las pequeñas economías domésticas, en contraste con el tratamiento privilegiado de los oligopolios y grandes corporaciones financieras en procesos de concentración de negocio, mientras —¡oh, paradoja!— se dice incentivar a los nuevos “emprendedores”.
En segundo lugar están los tratados y acuerdos internacionales donde priman los intereses de los socios más poderosos que, lógicamente, imponen las condiciones mejores para sus respectivos países (véase el TTIP que se aproxima). España entró en un proceso de desindustrialización acelerada y de pérdida de recursos más allá del turismo. Se convertía en un país de economía terciaria que va a remolque de los demás, donde su especialidad (incluso mediática) es la cocina, las playas o el sol, pero donde han desaparecido las economías productivas reales, para sustituirlas por las subvenciones europeas. La burbuja inmobiliaria era el sustitutivo que, como se ha demostrado, era igual de falso y artificioso, con un gran germen de corrupción interna, desde las calificaciones de suelo hasta las plusvalías falsas que sólo buscan su repercusión fiscal. La corrupción se alza también como algo consustancial a las responsabilidades públicas en los distintos gobiernos. En el caso del PP hay todavía demasiadas zonas de sombra en lo ocurrido en diferentes CC.AA. o en gobiernos municipales ligados o no a la propia financiación del partido.
En tercer lugar estaría la gran asignatura pendiente del reajuste y la reorganización administrativa del Estado. Las CC.AA. han tocado fondo porque se han desviado de su concepción inicial (la simple delegación de gestión), acercándose más a modelos de “miniestados” cuyos estatutos les garantizan la independencia de facto en sus decisiones y, sus gobiernos y asambleas legislativas, proporcionan el caos legal. El Tribunal Constitucional se convierte al final en el verdadero eje sobre el que pivotan competencias, atribuciones y decisiones en un ejercicio de difícil equilibrio jurídico, de agravios comparativos con años por delante (en muchos casos) para sus resoluciones. La amplia mayoría del PP en el Parlamento le habría permitido reajustar la situación desde el principio de la legislatura en lugar de mantener el chantaje de las “baronías” o los nacionalismos y ahora lo tiene más difícil porque ha perdido poder y credibilidad.
La crisis interna del PP está servida. Tiene demasiados personajes mediáticos que lo utilizan según les conviene, tiene demasiados compromisos políticos o económicos con sectores privilegiados y, sobre todo, mantiene una fuerte deuda pública, equivalente al PIB que, no sólo no se ha rebajado, sino que sigue respondiendo de los desmanes autonómicos. En lugar de podar por donde se debía (administraciones paralelas, excrecencias administrativas extrainstitucionales, cargos directivos, subvenciones directas o indirectas con tratamiento privilegiado, consejos asesores, etc, etc…) lo ha hecho cortando sus propias raíces. Las raíces que le sustentaban y alimentaban electoralmente. ¡Ojalá tenga la suficiente amplitud de visión para entender de una vez lo que ha pasado y lo que puede pasar! La harina se está acabando.