Escritores y artistas bajo el comunismo

Manuel Florentín traza una monumental historia del socialismo totalitario en todo el mundo a partir de las vidas y obras de tantos artistas, que defendieron la libertad de expresión bajo las dictaduras comunistas

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— P U B L I C I D A D —

“El pecado de casi todos los izquierdistas de 1933 en adelante es que han pretendido ser antifascistas sin ser antitotalitarios”, decía George Orwell, al que se le vinieron abajo sus profundas convicciones comunistas cuando tomó contacto con los esbirros de Stalin en la Guerra Civil española. Un juicio que complementa el chileno Jorge Edwards, al afirmar que “la izquierda se halla todavía encerrada en el zapato chino del maniqueísmo”. Rotundas afirmaciones ambas que, casi sin matices, tienen plena vigencia a estas alturas del siglo XXI, aunque el comunismo de entonces se halla enmascarado hoy bajo una multitud de nombres distintos. 

“Escritores y Artistas bajo el Comunismo”, que lleva como subtítulo elocuente “Censura, Represión y Muerte” (Arzalia Ediciones, 910 páginas), es la última y monumental obra del veterano periodista Manuel Florentín, corresponsal de guerra en las de Yugoslavia y el Golfo, y autor de obras históricas y de política internacional en las que ha equilibrado el rigor de los datos con una exhaustiva documentación. 

Ahora, en su último libro, se aparta de la visión política que suele impregnar las habituales historias sobre el comunismo, para centrarse en los escritos, vivencias y dramáticas peripecias personales de novelistas, poetas, dramaturgos, periodistas, pensadores, científicos, músicos, pintores, cineastas, creadores todos ellos que defendieron la libertad de expresión, la democracia y los derechos humanos en los países que padecieron una dictadura comunista, el socialismo real, maquillado frecuente y sarcásticamente como “democracia popular”

Por esta razón sufrieron censura, cárcel, torturas y muerte, tanto la física como la “pena de muerte literaria”, que denunciara el ruso Evgeni Zamiatin, el autor pionero que inspiró a Orwell para escribir “1984”, y que nos dejó una terrible cita: “En otros países se admira a los escritores, mientras que en Rusia se les parte la cara”. 

Desde que Lenin rebatiera a Gorki de manera demoledora: “Los intelectuales, lacayos del capital, piensan que son el cerebro de la nación; en realidad no son el cerebro sino la mierda”, los regímenes comunistas o afines han ejercido -y ejercen- una vigilancia y censura implacables contra los que o bien no son suficientemente entusiastas en el aplauso a los dirigentes totalitarios, o bien no se ajustan al canon literario y artístico decretado antes por el partido, ahora por la llamada dictadura “woke” o “progre”. 

Los críticos con el sistema en los países comunistas pagaban con cárcel y la propia vida sus críticas al sistema o al dictador; ahora se practica más la cancelación, la ignorancia absoluta del disidente, al que se le cierran puertas y oportunidades en sociedades que proclaman en sus leyes fundamentales justamente la igualdad de sus gentes. 

Manuel Florentín cubre en su obra la práctica totalidad de los países en los que hubo, o hay, regímenes comunistas o afines, con infinidad de nombres y apellidos, personas cuya existencia es desconocida para una inmensa parte de la humanidad. Pero, también recuerda a los millones de seres anónimos, olvidados, que sufrieron esa misma represión. 

Importante, fascinante e incluso desolador es cómo muestra este libro el comportamiento que en Occidente observaron los homólogos de aquellos represaliados. Cómo negaron, matizaron y justificaron las violaciones de los derechos humanos en los países comunistas para “no minar la causa revolucionaria”. Y cómo criticaron e hicieron el vacío a quienes denunciaron semejante e insolidario comportamiento. 

Ahí están los casos de los Nobel de Literatura Camus, Milosz o Vargas Llosa, Orwell, Koestler, Cabrera Infante y Víctor Serge, entre tantos otros. Y cómo el partido amonestaba severamente a artistas, fueran miembros o simpatizantes, tales como el universal Pablo Picasso, a la menor desviación de la línea oficial marcada.

El libro cuenta para abrir boca con un prefacio de lujo a cargo de Antonio Elorza, conocedor de primera mano del rigor, la disciplina y la agresión física incluso que se estilaban en el seno del Partido Comunista de España con quién osaba poner en cuestión lo que dictaba su secretario general, a la sazón Santiago Carrillo.   

También se resalta la “curiosa asimetría” con que en Occidente se juzga al nazismo y al comunismo, ambos por cierto igualmente condenados por el Parlamento Europeo. En mis tiempos de residente en Lyon como cofundador de la cadena de televisión europea Euronews, había un local de celebraciones músico-festivas denominado KGB. Nadie le daba importancia al nombrecito, si bien el historiador británico Timothy Garton Ash se pregunta al respecto si alguien imagina ponerle a un local de este tipo el rótulo de Gestapo. 

Reflexión que le sirve a Florentín para señalar que todo el mundo tiene grabados en su memoria nombres como Dachau, Buchenwald o Auschwitz, pero que muy pocos recordarán o incluso tal vez no hayan oído hablar nunca de Vorkutá, Kolimá Solovetskí o Magadán. 

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