
Nos ha dejado César Egido Serrano, español ejemplar, hijo predilecto de Castilla-La Mancha a la que dedicó el impulso de la Fundación que lleva su nombre, en el esfuerzo constante de mostrar que la palabra ha de ser el instrumento de convivencia en un mundo que tiende a recrear la confrontación y el conflicto. Su muerte, con solo 71 años plenos de energía y proyectos, nos ha conturbado a cuantos lo hemos tratado.
César nos deja un doloroso vacío. Cómo no recordar su inmensa generosidad, su sentido de la amistad, su modestia para hacer pasar como algo normal, actos tan extraordinarios, inspirados por él, que movilizaban a miles de personas de todo el mundo para extraer la infinita riqueza de la palabra en un bello y corto relato. Era consciente, y así lo señaló en alguna de sus intervenciones, que el siglo XX ha sido uno de los más sangrientos de la Historia, aunque nos dejó algunas enseñanzas que debemos tener muy presentes. La conciencia, el compromiso y el convencimiento de que la palabra es el vínculo de la humanidad ante la complejidad de un mundo global que muestra sus amenazas.
César Egido formaba parte de la generación de españoles que no vivió guerras, que soñó con utopías y siempre alentó la esperanza de cumplirlas. Para poner su pequeño grano de arena en la consecución de su propio sueño, construyó en la pequeña localidad de Quero una casa-palacio que alberga el Museo de la Palabra. Allí agasajó a tantos amigos e hizo realidad una increíble proeza: conseguir que más de 8.000 autores en 149 países, escribieran 35.609 relatos cortos para optar al premio anual de 20.000 dólares, aparte de varios accésits con los que su Fundación, sin recibir subvención alguna, sufragaba el concurso de relatos cortos. (los datos que aporto corresponden solo a la IV edición del Concurso Internacional de Microrrelatos) anunciado también como “International Flash Fiction Competition for Micro-Stories”.
Como homenaje póstumo he seleccionado uno de los relatos en español que podríamos interpretar como una metáfora de la vida (la autora, Dolors Barchino, concursó desde Andorra en la I Edición) y nos muestra el culto a la palabra que agradecemos a la iniciativa de nuestro inolvidable amigo César Egido, que descanse en paz:
Se arremolinaron alrededor del viejo diccionario. Las más osadas, entraron sin llamar por la primera página. Otras, las huecas, ni se alteraron al ser derribadas por las más sabias. En el índice se situaron las cobardes y todas juntas admiraron en silencio la llegada de la palabra libertad. Las ingeniosas correteaban por las hojas arrugadas mientras las de la cubierta formaban un relieve con letras de oro. Dentro, las vacías se cogían entre ellas para no desvanecerse en el aire. Pero todas empezaron a temblar cuando se acercó despacio, envuelta de terror, la palabra FIN.
Microrrelato ‘Palabrería’ (Dolors Barchino Ricarte, Andorra)