Resulta que para triunfar en la empresa del siglo XXI no basta con ser el mejor, o con ser aparentemente el mejor, o con comportarse como el mejor. Además de eso, hay que aparentarlo. Uno debe creer que realmente es el mejor, aunque esa creencia se base en criterios subjetivos, en las órdenes de otros o en una apetencia verbalizada en la frase: «Me da la gana que así sea». Veamos un ejemplo de cómo funcionan las cosas. Dos hombres llamados Jacinto López, residentes en un pueblo andaluz y de profesión sacerdote y taxista, respectivamente, son los protagonistas las historias de este mes.
Resulta que, casualidades del destino, ambos mueren el mismo día y cuando San Pedro les recibe en el cielo, se produce la siguiente situación.
– ¿Cómo te llamas, hijo?- dice San Pedro.
– Jacinto López.
– ¿El sacerdote?
– No, no, compadre. El taxista.
San Pedro consulta su planilla y dice:
– ¡Ah! Sí. Hijo, has ganado el Paraíso. Y además te corresponde esta túnica de seda con hilos de oro y esta vara de oro con incrustaciones de rubíes. Puedes pasar.
– Dios es justo. Gracias- contesta el taxista. Tras su entrada, le tocaba al otro Jacinto.
– ¿Tu nombre, hermano?
– Jacinto López.
– Ah, el hermano sacerdote, supongo.
-Así es.
– Muy bien, hijo mío. Te has ganado el Paraíso. Te corresponde esta bata de poliéster y esta vara de plástico. Entonces, extrañado, el sacerdote dice:
– Perdón, no puede ser… No quiero presu-
mir, pero… ¡soy Jacinto, el sacerdote!
– Lo sé, hijo. Por eso, te has ganado el Paraíso y te corresponde la bata de…
– ¡Pero es un error! Yo conozco al otro Jacinto. Era taxista, vivía en mi pueblo, y ¡conducía fatal! Se subía a las aceras, chocaba todos los días, no respetaba los pasos de cebra y varias veces se llevó a gente por delante. Mientras, yo he pasado cincuenta años de mi vida predicando en la parroquia. ¿Cómo puede ser que a él le toque una túnica con hilos de oro y a mí esto?
– Lo siento, pero no hay error -dijo San Pedro complacido-. Lo que pasa es que ha llegado la globalización al cielo y ya no hacemos las evaluaciones como antes. Tenemos nuevos enfoques administrativos y nos basamos en objetivos y resultados.
Mientras el sacerdote miraba con extrañe-za, San Pedro prosiguió:
– Mira, te explico tu caso y verás cómo lo entiendes enseguida. Durante los últimos cincuenta años, cada vez que predicabas, la gente se dormía; pero cada vez que el taxista conducía, la gente rezaba y se acordaba de Dios. Entonces, ¿quién vendía más nuestros servicios?
¡Ahora, nos interesan los resultados, hijo mío! ¡ Re – sul – ta – dos!