¡La importancia del diálogo!

Jesús de Dios Rodríguez
Por
— P U B L I C I D A D —

El diálogo no es una simple conversación, ni un debate; no se trata de convencer a los demás para que estén de acuerdo con nuestro propio punto de vista ni de convertirlos en enemigos nuestros. El objetivo no debe ser otro que el de superar los malentendidos y disipar los estereotipos para promover un entendimiento solidario. Es necesario y esencial que nos lleve a conquistar un respeto mutuo que nos permita construir relaciones sostenibles. El diálogo debemos centrarlo en aclarar tanto las similitudes como las diferencias sobre cualquier tema.

La práctica del diálogo debe servir para crear lazos de unión entre quienes son diferentes entre sí, debe de llevarnos a transformar las relaciones humanas de un estado de ignorancia o intolerancia a un estado de comprensión más profunda y respeto por lo que se comparte y lo que no.

No cabe duda de que a diferencia de lo que puede ser un coloquio superficial o un mero intercambio de ideas e impresiones, el diálogo debería ser utilizado más como una manera o un procedimiento que nos permita ver e interpretar el mundo, una mirada integral que abarca aspectos de todos los ámbitos de la vida. Estamos encerrados en nuestros propios problemas y no damos importancia a los de los demás. Es importante y necesario no confundirlo ni llevarlo a los términos de una discusión, El diálogo lleva a la comprensión; la discusión, a la enemistad.

Una sociedad donde la mayoría de sus integrantes se ejerciten en el diálogo como valor, habrá de ser una sociedad preocupada e implicada para resolver sus conflictos de una forma pacífica, para ello es necesario que se haya propuesto como meta guardar siempre el respeto a la pluralidad de pensamiento y acción. En este sentido, deberá alejarse de la confrontación, las peleas o la coacción de cualquier grupo sobre otro, evitando incluso la creación de antagonismos irreconciliables, por el contrario, deberá procurar dar forma a una sociedad abierta y universal, donde existan diferentes tipos de opiniones y puntos de vista.

Los seres humanos somos seres sociales, nuestro desarrollo no se origina en ningún caso aislado y ajeno a nuestro entorno. La cuestión en si no es otra que llevar a la práctica un conjunto de ideas, creencias y costumbres necesarias para que una vez analizadas nos lleven a aceptar la realidad; es este suficiente motivo para hacernos la pregunta: ¿Cómo ejercemos el diálogo? ¿lo reducimos al ámbito de la esfera política?, ¿lo llevamos a la práctica para analizar las infinitas necesidades que demanda la sociedad civil, que en definitiva es la que elige a los representantes políticos?

En la actualidad el discurso del diálogo lo hemos reducido a la disputa generalizada, en concreto para determinar la forma en la que se ha de gobernar, como medio de confrontación por la conquista del poder, se ha reducido a la disputa en la justificación del uso y abuso, tanto legal como fraudulentamente, de los fondos públicos por unos y otros. El diálogo se ve adulterado cuando priman por encima de la razón y la verdad los intereses partidistas de cada cual y más aún para esos que esperan verse compensados de alguna manera en sus ambiciones personales.

El diálogo ha sido manipulado y se ha visto superado por las ideologías de cada cual, por todos los medios de comunicación y hasta por la cultura. Para contentarnos y callarnos nos han instalado en un sistema de subvenciones y de bonificaciones, de las paguillas y las ayudas para ir tirando. Nos vemos ante la imposibilidad de decidir por nosotros mismos como sociedad pues votemos a quien votemos el sistema impuesto no cambia o, mejor dicho, es inamovible; es un sistema que da igual a quien votemos, pues sean quienes sean y pertenezcan al partido que pertenezcan, forman parte de esa nueva cultura cultura que analiza los fenómenos sociales dando preferencia a los factores económicos, es el sistema neoliberal, «los auténticos amos» los que nos dominan y nos tienen bien sujetos y, como no, a los que ponemos a gobernar que aceptan sumisos las exigencia del sistema para su propio beneficio propio y no para el de los que les han nombrado. La deuda del país está condicionando el presente y el futuro, nos tienen embargados preventivamente, en quiebra técnica y a punto del desahucio final. «Es la cruel realidad a la que no somos capaces de llevar ni el dialogo ni la acción».

Hemos entrado en una peligrosa dinámica que ha llevado a que del diálogo se pase al insulto, a la grosería más ofensiva y burda sobre el oponente, a la mentira y el desprestigio del semejante u opositor; el diálogo actual tiene como objetivo principal la derrota más severa y descalificante del otro. Lo peor de todo este asunto es el contagio que ha producido sobre la sociedad en general, es la nueva pandemia del siglo XXI, un virus que ha afectado gravemente al diálogo convirtiéndolo en una forma soez y vulgar de para atacar cualquier problema o cuestión, sean de la clase e importancia que sean, un virus incontrolado que se ha propagado por todos los rincones del planeta y para el que no parece haberse encontrado vacuna alguna que pueda controlarlo aún.

Vemos con verdadera impotencia y estupefacción como se dificulta y complica el diálogo cada vez que asistimos o participamos en cualquier tipo de debate, cualquier tema debatido salta en añicos de inmediato, la confrontación entre los participantes se hace notoria y la división inevitable. La radicalización de las posturas aumenta cuando los temas están relacionados con la política, la economía, la cultura y el género.

Estamos demostrando una gran debilidad mental al dejarnos llevar por esa lluvia de mensajes maliciosos y perversos que recibimos continuamente a través de los distintos medios y cuyos remitentes no son otros que políticos, intelectuales sofistas e ideólogos al servicio de ese sistema neoliberal instalado en los «los mercados», cuya única finalidad es obtener el mayor beneficio posible. Como se puede entender nos plantean que lo bueno y lo malo es relativo, y variará según la interpretación o valoración que haga cada individuo.

Hoy día, es esta una nueva situación que ha alterado nuestros fundamentos y que debería llevarnos a repensar porque creemos lo que creemos, ¿que nos ha llevado a cambiar, sin darnos a penas cuenta nuestras costumbres y nuestra forma de vida de una forma tan drástica?

¿Como ha sido posible cambiar criterios, estatus, y costumbres de forma tan radical? ¿Qué nos ha llevado a no hacer sentir nuestra oposición y disconformidad? No ha existido la más mínima protesta y repudio hacia los que han provocado esta nueva situación, algo impensable después de que ya nos habíamos librado de una larga, larguísima etapa de silencios y privaciones, de haber aceptado soterradamente un clasismo estructural caduco y humillante, insano e irrespetuoso, de haber sido obligados a aceptar unas convicciones eclesiásticas contra natura; pues, después de todo lo vivido, estamos inmersos nuevamente en una situación de regresión inimaginable.

En las reuniones de grupos de amigos o contertulios todos coinciden en los males que nos aquejan, males heredados permanentemente, y aunque tengamos ciertas discrepancias a la hora de aplicar las posibles soluciones, prima por encima de la realidad y la razón la solución que más le interesa a cada cual, ¿Por qué cuando terminamos el diálogo todo lo hablado y acordado cambia radicalmente y se esfuma en su contenido? ¿Qué nos ha sucedido para ganarnos un futuro tan incierto y complicado como este?, ¿ha faltado un diálogo honesto y sincero?

Es necesario recuperar un diálogo que aúne esfuerzos y criterios, que nos lleve a ver con claridad y concreción las acciones más necesarias y convenientes para esa mayoría de la sociedad de la que formamos parte y con la que nos encontramos comprometidos para crear un mundo mejor y más justo. Nunca es tarde para establecer nuevamente un diálogo útil y beneficioso.

El diálogo como medio es una de las principales expresiones de la vida democrática. En efecto, la disposición al diálogo no debe ser solo una actitud, sino que el diálogo, como actitud socialmente generalizada, debe ser un objetivo político de primer orden. Una sociedad democrática no se reduce una sociedad que vota, ni a una sociedad partidista, con ser estos elementos factores vertebradores fundamentales en una democracia. Una sociedad democrática es ante todo una sociedad en la que se habla abiertamente, en la que se hace un ejercicio público de la racionalidad, en la que las visiones del mundo y los intereses individuales y de grupo se enriquecen mutuamente mediante el intercambio dialógico. El diálogo auténtico entraña un enriquecimiento de la vida social y una auténtica integración, por eso, el día en que asumamos que podemos aprender de los adversarios y viceversa, habremos emprendido un camino que vale la pena transitar.

El acuerdo en un Estado de Derecho debe apoyarse en la dignidad del ser humano. Tenemos una gran ocasión para leer desde un punto de vista humanista la Constitución de 1978 y extraer y/o modificar todas las consecuencias que de ella se derivan. Tenemos la gran ocasión de fundar nuestro orden político y social basándonos en lo que dice claramente el artículo 10.1 de la Constitución: “La dignidad del ser humano y los derechos inviolables que le son inherentes, el libre respeto de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y la paz social”.

Cualquier proyecto de futuro que pretendamos realizar deberá estar refrendado y aceptado por una mayoría significativa si no queremos abocarlo antes de tiempo al mayor de los fracasos. Debemos entender y aceptar que sin diálogo o con un diálogo de la confrontación y la falta de respeto hacia los que no piensan como nosotros, no será posible construir el futuro que todos deseamos. La tarea de cualquier proyecto de futuro ha de pasar por un filtro de ideas y opiniones con el mayor calado posible, de ser discutida y analizada con independencia de intereses e ideologías, habrá de contar con el mayor de los apoyos posibles y eso será consecuencia de la participación mayoritaria de los miembros de la sociedad a la que va a servir.

Sin embargo, cuando se trata, como se suele decir vulgarmente, solo de marear la perdiz, de ganar tiempo, o de enquistarse consecuencia de la falta de diálogo y acuerdo dentro de ese numeroso grupo de “técnicos, analistas y/o asesores” que deberían de aportar independencia, conocimiento especializado, talento o experiencia demostrada para la elaboración de normas, leyes y toma de decisiones, es entonces cuando los problemas en lugar de resolverse se complican, y a veces se hace imposible su resolución. Y, claro, la culpa de que no es posible el acuerdo, para quien está abducido por la ideología, es siempre y en todo caso del adversario.

El diálogo es de suma importancia para construir una sociedad pacífica, en las que sus miembros convivan armoniosamente. Por lo tanto, se ha convertido en una herramienta esencial dentro de un contexto sociocultural, marcado por la intolerancia y pensamientos negativos. A través del diálogo las personas pueden comprenderse unas a otras, fomentar el respeto y la expresión de toda clase de ideales y sentimientos. El diálogo debe de tener siempre como principal valor el ejercicio de escuchar al otro y conocer su forma de opinión, su pensamiento, sus ideas.

Es necesario que evitemos que se lleve a cabo y se consolide ese plan bien estructurado que tiene como objetivo el separar más que el unir, el fin no debe ser otro que el conseguir esa unión mayoritaria que facilite y permita encauzar y combatir el aumento de las desigualdades que padecemos actualmente, una situación que ha enraizado con fuerza en la vida social a todos los niveles y lugares del mundo.

Puede decirse que la cultura, la moral, el arte, la filosofía, las doctrinas políticas, las regiones y países del mundo en si forman cosmovisiones ya que aportan un marco interpretativo para interactuar con la realidad y desarrollar ciertos patrones éticos y morales. El diálogo es algo fundamental en la realización de todas y cada una de las disciplinas que determinan las relaciones entre semejantes.

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